Más consecuencias de la pandemia: el cambio climático a segundo plano

Brecha de Rolando, frontera pirenaica entre España y Francia. Fuente: @jvrldn

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El cambio climático amenaza al planeta y casi todas las naciones son ya conscientes de ello. Aunque existan negacionistas, los datos son irrevocables. La actividad humana y la emisión de gases contaminantes de las últimas décadas han provocado cambios muy significativos en el ciclo climático de la Tierra. Según la OMS, la concentración atmosférica de dióxido de carbono ha aumentado en más de un 30% desde la era preindustrial, lo que supone un incremento de 1’1 ºC de la temperatura media mundial. Además, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) afirma que el quinquenio 2015-2019 fuera posiblemente el más cálido registrado jamás. Las consecuencias son plausibles: sequías, lluvias torrenciales, aumento del nivel del mar, desplazamientos forzosos, fenómenos meteorológicos extremos, graves incendios, enfermedades, malas cosechas, y un largo etcétera.

Antes de la llegada del apoteósico 2020, la preocupación por el cambio climático había empezado a situarse en la agenda pública, en los debates electorales y en las sobremesas entre amigos y familiares. Cada vez se extendía más la conciencia que apostaba por una reducción en el consumo humano, por un comercio más responsable y verde y por sistemas más respetuosos con el medio que nos rodea y del que, nos guste o no, formamos parte.

Mientras políticos y demás organismos internacionales cerraban la Cumbre del Clima sin acuerdos realmente importantes, en la Universidad Complutense de Madrid se celebró una Cumbre Social por el Clima donde asociaciones, organizaciones, pueblos e individuos de la sociedad civil plantearon la problemática derivada del cambio climático alejados de los intereses políticos y económicos de las élites. En la capital tuvo lugar, además, una multitudinaria manifestación para demostrar a los de arriba que el ciudadano de a pie se interesa realmente por el medio ambiente y el futuro de las sociedades si no se toman medidas serias y efectivas.

Todo esto sucedía en diciembre de 2019. Ahora, después de más de siete meses de pandemia la perspectiva es muy distinta. La preocupación por el clima ha desaparecido casi al completo de la agenda pública y en las sobremesas (quienes las tienen) no se discuten estos temas. La Covid-19 ha trastocado nuestras vidas en muchos aspectos y, entre ellos, está la cuestión climática. Junto con la llegada del virus han venido las mascarillas, los guantes y la idea de que el plástico nos protege. Lo ideal: que sea de un solo uso. Usar y tirar, usar y tirar, usar y tirar.

El plástico es uno de los materiales más abundantes y contaminantes del planeta. Su producción libera gran cantidad de gases, también su quema. Además, tardan numerosos años en degradarse lo que genera una importante contaminación en la tierra y los océanos, así como un grave peligro para aquellos animales que los confunden con comida y los ingieren. En la última década, varios estudios han demostrado que se echan al mar entre 4 y 12 millones de toneladas de desechos plásticos, muchos de los cuales están ya presentes en nuestro organismo en forma de microplásticos.

Mientras que el camino que debemos seguir es la reducción en el consumo, la situación actual ha dado un vuelco a las conciencias que se venían removiendo desde hacía un tiempo. A este afán por encontrar la seguridad en aquello que desecharemos nada más entrar a nuestro domicilio se une la obligatoriedad del uso de mascarillas (en muchos casos de un solo uso) y la recomendación (según algunos) del utilizar guantes de plástico. El cóctel es explosivo y se traduce en un aumento en la generación de residuos del que, sin embargo, deberíamos huir a toda costa. Las mascarillas tardan alrededor de 100 años en desgradarse.

En tiempos de pandemia es imprescindible mantener una perspectiva ecológica a la hora de consumir. Apostar por el comercio local, las tiendas de barrio, los productos a granel o poco plastificados sigue siendo una alternativa segura para el planeta y la salud

Los océanos, que se han convertido en el gran basurero de los humanos, comienzan a dar muestras de las nuevas costumbres que tenemos. Varias organizaciones ecologistas y conservacionistas ya reportan presencia de numerosas mascarillas usadas en diferentes costas. La organización Oceans Asia encontró en el archipiélago de Soko (entre Hong Kong y Lantau) miles de mascarillas, reflejo del aumento de su uso en el gigante asiático. Por su parte, la ONG francesa Opération Mer Propre ya avisó a finales de mayo de la presencia de guantes y mascarillas en diferentes puntos de la Costa Azul. No se puede hablar aún de una presencia agigantada de estos productos, ni de una “isla de mascarillas”, pero sí es posible considerarlo una tendencia al alza que tendrá devastadoras consecuencias en un futuro más bien cercano.

Los océanos ocupan el 70% de la superficie del planeta y resultan esenciales en muchos aspectos: absorción de CO2, regulación de la temperatura y hogar de miles de especies; sin embargo, el descuido y la despreocupación de las personas lo han convertido en un basurero a gran escala. Según una estimación que elaboró la ONU en 2018, hasta 13 millones de toneladas de plástico terminan en los mares y océanos cada año. Concretamente, la cantidad vertida en el Mediterráneo anualmente equivale a 570.000 toneladas.

Recogida de basura de la asociación Feim illa en la playa Sa Coma de Mallorca. Fuente: Feim illa (@feimilla)

Un estudio elaborado en 2018 por la fundación The Ocean Cleanup reveló que la famosa “isla de plásticos” situada entre California y Hawái (en el Pacífico oriental) contiene alrededor de 1’8 billones de piezas de plástico con un peso de cerca de 80.000 toneladas. A su vez, la superficie que ocupa esta Gran Mancha de Basura del Pacífico (Great Pacific Garbage Patch) es de 1’6 millones de kilómetros cuadrados. Esta cifra alcanza pleno sentido al compararla con la superficie de España que tiene 500.000 km2.

Ante este panorama la solución pasa por reducir el uso de plásticos de un solo uso, así como apostar por sistemas de reutilización y segunda vida para estos materiales y la sustitución por otros menos dañinos. En tiempos de pandemia es imprescindible mantener una perspectiva ecológica a la hora de consumir. Apostar por el comercio local, las tiendas de barrio, los productos a granel o poco plastificados sigue siendo una alternativa segura para el planeta y la salud. Es preciso entender que proteger el planeta y ser responsables con lo que consumimos es una forma de protegernos a nosotros mismos y a las generaciones que vendrán.