El actor que interpreta a Denver en «La casa de papel» interpreta al admirador de un brutal asesino en serie, introduciéndose apasionadamente en su punto de vista a través de un monólogo soprendentemente lleno de acción
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Es un jueves de principios de octubre y ya ha anochecido en el centro de Madrid. La calle Embajadores está atestada de peatones y los taxis avanzan con dificultad por la calzada. Algunos frenan delante del teatro Kamikaze, antes conocido como el Pavón, cuyas blancas paredes resplandecen en la noche, engalanadas con la fotografía del protagonista de la velada: el joven actor Jaime Lorente, sobre unas letras en rojo que rezan: “MATAR CANSA”. Los enmascarillados que esperan en las puertas se giran y cuchichean sobre el chico que acaba de llegar: Miguel Herrán, el atractivo actor de “La casa de papel” y de “Élite” que, sin duda, ha debido acudir porque el protagonista de la obra que hoy se estrena es su compañero de reparto en ambas producciones. Después de sus deberes de personaje público, se acerca a saludar a un par de chicas. La más alta de ellas resulta ser María Pedraza, actriz también de las dos series de Netflix y pareja de Lorente.
En lo que Herrán se fuma un cigarrillo de liar, la gente de a pie mira su reloj y decide entrar ya en el recinto. En la puerta, una chica toma la temperatura y otra repasa las entradas para indicar el camino, señalado mediante flechas hechas con cinta aislante fosforescente. Ya en la sala, en el escenario aguardan una silla blanca de madera y una jarra de agua de cristal, sobre un fondo desnudo atravesado por una delgada línea horizontal de luz roja. Diez minutos después de las ocho y media, dos hombres aparecen frente al público. “Bienvenidos al estreno de Matar cansa”, exclama el de la izquierda, que habla entusiasmado de la importancia y seguridad de la cultura. Cuando ya parecía que el de la derecha, de atuendo negro y pelo canoso, nunca iba a abrir la boca, se presenta como Alberto Sabina, director de la función. Con voz pausada alaba el texto original de Santiago Loza. Se despiden con jolgorio, cual estrellas de rock de andar por casa que dan la bienvenida a sus colegas a la juerga. Por fin, las luces se apagan y, al son de “Quizás, quizás” a la guitarra, Jaime Lorente o, más bien, su personaje, avanza por el pasillo y sube al escenario.
El actor comienza tímido, inseguro, pero va adueñándose del escenario y de la atención del público conforme avanza la obra, resultando el monólogo en un viaje in crescendo. El protagonista y único personaje, cuyo nombre no se revela en toda la obra, ni tampoco el de su adorado ídolo, al que adula cual becerro de oro en su desierto vital; se va adentrando en su propia oscuridad a través de la de otro. Se anuncia incapaz de vivir de verdad, pero consigue penetrar en la negrura de su propia alma y dejarse consumir por ella, finalizando casi en un orgasmo existencial, satisfaciendo un deseo trascendental. Consigue realizar ese trayecto de la mano de ese asesino referente, gracias a la naturalidad y la facilidad que tiene su bienamado criminal para hacer lo mismo. Y en esta metamorfosis los 70 minutos de función se esfuman y, cuando las luces se apagan, se hace un silencio sepulcral de varios segundos, que se rompe con una ovación que parece no tener final.