10-N: Manifiesto contra el cientificismo

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Son las 00:26 del día 09 de noviembre de 2020. No se preocupe, sigue leyendo En el Vértice, y se lo agradezco enormemente; y no, tampoco me he vuelto loco yo. Seguro que hacía mucho que no leía la entrada de un diario, ¡de un diario ajeno! Me parecía apropiado, dadas las circunstancias. A este paso, este año, no estoy seguro ni de que mañana acabe por ser lunes. Quería dejar constancia de la fecha en la que se escribe este artículo, sobre todo, porque no se cuándo lo estará leyendo. Que le vamos a hacer, el anacronismo del periodismo. Y para lo que prosigue, de carácter profético, conviene dejar clara la distancia temporal. 

En cualquier caso, el próximo martes día 10 de noviembre, como todos los años, se celebrará el Día Mundial de la Ciencia. Probablemente, con más énfasis que nunca. Todo el mundo se vestirá con bata blanca por un día –después de que le recuerden en la sesión informativa matutina la importancia de la jornada, claro está, pues nadie se acuerda por sí solo de estas cosas-. Aclamaremos la importancia de la Ciencia en nuestras vidas, lo útil que es, todo el dinero que genera, las vidas que salva, lo rápido que hace ir a los coches y lo mucho que contaminan los aviones. Todo el mundo tomará su dosis de cientificismo anual, porque no es otra cosa que eso: un ismo, una moda, que la alta sociedad nos impone de vez en cuando. El Congreso, los Medios, ¡hasta los Bancos!, se llenarán de defensores de la Ciencia y del Progreso, y el martes todos llevarán a la comunidad científica en su bandera y su grito. La realidad es que, solo 21 horas después, tras el último parte, la sociedad se olvidará de ello, hay cosas más importantes en las que pensar. La gente seguirá poniéndose papel Albal en la cabeza de vez en cuando, con una mano en el tarot y la otra en un tweet  contra el cambio climático. Las partidas de los Presupuestos Generales dedicadas a  investigación seguirán siendo las mismas; los laboratorios tendrán los mismos recursos y el mismo apoyo y reconocimiento social, sino menos. Ser científico seguirá significando, lamentablemente en demasiados casos, vivir a duras penas. Todo el mundo te dará palmaditas en la espalda, agradeciendo –sin saber qué haces exactamente- ‘’lo mucho que ayudas’’, y si Dios quiere, que ironía, llegarás a fin de mes, como tantos otros. ¿Qué esperabas? 

Quisiera que este artículo fuera diferente, más alegre, pero a veces el melodrama es necesario. La realidad es que este año el método científico ha entrado de lleno en la vida de todos, para bien y para mal. En estos once meses he visto como unos y otros se llenaban la boca diciendo que hacían ‘’lo que los expertos recomiendan’’, lo que ‘’piden los científicos’’; que esto y aquello se hacía mal, porque ‘’así lo proclamaban los estudios’’. He visto cómo se institucionalizaba la Ciencia, como si esta entendiera de bandos, poniendo de manifiesto el escaso conocimiento que estos nuevos abanderados tenían de ella. Es por esto que este martes pido algo de tranquilidad, y sobre todo  de integridad. Me gustaría que este martes la gente reflexionara sobre lo que es hacer Ciencia, de verdad; que antes de posicionarse a su favor o en su contra, trataran de cuantificar cómo ha cambiado la vida del ser humano gracias a los avances científicos, y también, claro está, todo lo que se ha perdido en el camino. No hablo de hacer complejas operaciones matemáticas ni leer artículos de Nature, sino de, antes de llenar el feed de Twitter de memes y los ¡Viva la Ilustración! de turno, nos planteemos la realidad de nuestra sociedad y del papel de la Ciencia en ella, que desde luego, no es pequeño. 

Lo cierto es que estoy algo cansado del cientificismo, de nuevo utilizo este término, que aturde nuestros días. Nos bombardean con Ciencia, sin quitarle nunca del todo ese velo mágico que todavía posee para muchos. Se nos imponen ideas solo porque lo dicen las autoridades componentes en la materia, sin decir que lo científico de verdad es convertirse uno mismo en el experto. No se habla de método ni crítica, sino de acudir a la choza del chamán, y, tras un viaje aparentemente astral, un hombre o una mujer de bata blanca bajará con la vacuna que todos ansiamos. Seguiremos adorando de rodillas a esos poderoso cuatrojos, un tanto raritos, pero que todos los meses nos traen un móvil nuevo.

 Pero lo peor no acaba aquí, está por llegar. La verdadera crueldad viene ahora, cuando, una vez dogmatizada la Ciencia -convertida en la única fuente de conocimiento verdadero- en la nueva religión del siglo XXI, de la época de Internet y los coches eléctricos, se tilda de loco y se repudia a todo aquel que, con razón o no, se oponga a ella. Hablo, queridas lectoras y lectores, de los negacionistas. Miguel Bosé, ídolo de una generación, ha caído en desgracia junto a todos los manifestantes de Colón por unas terribles declaraciones, desde luego. Todo Twitter, tan amigo de los enfermos mentales siempre, tildando de loco a una pobre oveja descarriada, que se atreve a confrontar el paradigma actual. Si de verdad se pensara científicamente, nos preguntaríamos qué estamos haciendo mal para que, a pesar de los claros beneficios que la Ciencia trae al mundo, aparezcan movimientos de confrontación de este calibre. Este trabajo debe ser cosa de otros, tal vez de los expertos. Quizás nos deberíamos plantear si hemos cambiado la Cruz por la Probeta, y si, como a los Apóstoles, a la Ciencia le han salido fariseos.Y finalmente, aquí llega mi alegato final, señorías. La importancia del día 10 de noviembre no reside en aplaudir sin conciencia lo útil que es la Ciencia, sino en ahondar  los valores que de ella se desprenden: actitud crítica, curiosidad y formación, colaboración y comunidad, ilusión y pasión. Debemos resaltar el papel silencioso que esta tiene en nuestras vidas, en cada acción que llevamos a cabo a lo largo del día. Debemos aprender de verdad qué es el método científico, para que ningún experto hable por nosotros, para quitarle ese aura mística que convierte a todo eso llamado Ciencia en otra práctica dogmática más. La Ciencia lleva a una sociedad más democrática y más abierta, más justa, donde hasta los negacionistas tienen sitio: es en el debate donde las grandes revoluciones científicas, que han llevado a la humanidad a la Luna, tienen lugar. Ya es hora de que sea la Ciencia la que hable por ella misma,  de que recupere el espacio público que un día abandonó y del que otros se apoderaron. La Ciencia no puede ser solo batas y ratones, sino que debe hacerse presente como institución propia en nuestra sociedad: para combatir al Poder, para luchar contra la pobreza y la desigualdad, para perseguir un mundo más justo, sin enfermedades ni contaminación, pero también sin guerras ni odio.  Por esto último celebro y brindo hoy, día 10 de noviembre: por una sociedad más respetuosa y  crítica, más curiosa y fraternal; en definitiva, menos cientificista y más científica.