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La serie de televisión “La catedral del mar”; producida por Atresmedia, Televisió de Catalunya y Netflix; se estrenó en 2018 y está basada en el libro homónimo del escritor Ildefonso Falcones. La ficción cuenta con una sola temporada de ocho episodios donde se narra la historia de Arnau Estanyol: cómo huyó junto a su padre, Bernat, de los abusos de su señor feudal hasta Barcelona donde desempeñará diversos oficios hasta convertirse en un hombre libre y adinerado.
Esta es una de las 18 series analizadas por el Instituto de la Mujer en su estudio “Estereotipos, roles y relaciones de género en series de TV de producción nacional”. Resulta interesante observar el papel que la mujer ocupa en esta serie de ficción en relación con temas muy diversos como: la culpabilidad, los estereotipos, la prostitución, la romantización o el heroísmo.
En cualquier caso, antes de comenzar, es imprescindible recalcar la importancia de ver, entender y disfrutar de la serie desde una perspectiva histórica. La trama se produce en el siglo XIV en Barcelona y algunos feudos cercanos, lo que nos obliga a entender lo que en ella sucede desde la perspectiva de una persona de la época. La consideración de la mujer como un ser inferior al varón era la noción habitual para el común de los mortales por aquellos tiempos, así como la concepción de los judíos o musulmanes como hombres menos dignos que los cristianos. En el imaginario colectivo de una persona del siglo XXI parece estar, más o menos, asentada la idea de que todos los seres humanos, independientemente del género, la raza, la religión, la orientación sexual o las ideas políticas, somos iguales y poseemos una serie de derechos fundamentales. Esto, allá por el siglo XIV, era impensable. Por tanto, es inútil reivindicar una posición de igualdad y respeto para la mujer en una época en que esta ocupaba una de las posiciones más bajas en la escala social.
La culpabilidad
En el capítulo primero, Francesca (madre de Arnau) es violada por un señor feudal el día de su propia boda justo antes de que su esposo se vea también obligado a yacer con ella (contra su voluntad) por orden del mismo señor. Meses después, ella dará a luz a un bebé del que, sin embargo, no parece querer saber nada. Desde este momento y durante prácticamente el resto de la serie, Francesca se convierte en un personaje desolado por la culpa, una culpa que la corrompe por dentro y que los demás (desde su esposo hasta los espectadores) le echaremos por encima una y otra vez. ¿Cómo se atreve a abandonar a su hijo? ¿Por qué es indiferente a lo que su esposo, Bernat, le dice? ¿Por qué no trata de proteger a su hijo frente a las hostilidades del señor feudal? Todas estas preguntas rondan en la cabeza del espectador en algún momento porque la ficción nunca nos coloca del lado de Francesca. Solo tenemos permitido ver y comprender los esfuerzos que Bernat hace por sacar adelante, prácticamente solo, a su pequeño. Pero, en ningún momento, podemos acercarnos a lo que siente Francesca, ni a los esfuerzos titánicos que hace una mujer por intentar curar sus profundas heridas cuando estaba a punto de comenzar una nueva y emocionante etapa de su vida.
Los estereotipos
Es destacable, a lo largo de la historia de la literatura, el papel de la femme fatale: una mujer mala (villana de la historia) que usa habitualmente la sexualidad como arma para derrotar al protagonista y hombre bueno. En esta historia este papel puede ocuparlo Margarida Puig, aunque por ser una niña no recurra a la sexualidad como mecanismo de defensa sino al llanto y las buenas caras para evitar las reprimendas. Esta joven es hija de la hermana de Bernat, quien acoge a Arnau y a su padre en su palacete burgués a la llegada de ambos a Barcelona. Margarida se criará así junto a sus dos hermanos y su primo Arnau. Culpabiliza siempre al protagonista por aquellas cosas que el conjunto de primos hace ordenadas por ella. La más traumática de todas es la muerte de su hermano pequeño por una travesura que cometen incitados por Margarida. Todo espectador coincidirá en la maldad que la niña tiene y muestra constantemente en sus acciones guiadas por el egoísmo y las ansias de convertirse en noble. Sin embargo, el problema lo encontramos en la creación de un estereotipo alrededor de la mujer mala y no del hombre cruel. En la serie aparecerán otros personajes masculinos terriblemente crueles, como Llorenç de Bellera, noble que al principio viola a Francesca, pero sobre él no flota el estereotipo que sí rodeará a mujeres como la propia Margarida o Aledis, una suerte de “malas mujeres”.
La prostitución
En la época, las mujeres ocupaban tres papeles fundamentales: esposas, religiosas o prostitutas. Aquellas que no se dedicaban al hogar y los hijos o la vida entregada al Señor ejercían la prostitución como único mecanismo para poder seguir viviendo en una sociedad donde la tutela de un varón era necesaria para cualquier cosa. Francesca, madre de Arnau, después de ser abandonada por su esposo y echada del feudo por el señor, se ve obligada a vender su cuerpo para poder sobrevivir. Aledis, una joven que tuvo un idilio amoroso con Arnau, se ve abocada a este mundo después de huir de su marido para intentar encontrar a Arnau que ha marchado a la guerra. Entonces, la prostitución era la única salida de muchas mujeres para poder sobrevivir en un mundo pensado por y para los hombres. Afortunadamente, en la actualidad las mujeres tenemos un abanico de opciones mucho mayor que la tricotomía madre-monja-prostituta, pero no podemos desdeñar la existencia de estas últimas. En países como España, la prostitución no es ilegal, pero tampoco posee una regulación clara, aunque aquellas prácticas relacionadas con el proxenetismo son ilegales y están penadas por ley. En cualquier caso, son muchas las mujeres que se dedican a la venta de su cuerpo obligadas por mafias o por una necesidad apremiante. Todavía, siete siglos después de la época en la que la serie se inspira, el cuerpo de la mujer es un territorio de conquista para los hombres quienes tienen la posibilidad de hacer un uso y disfrute libre del mismo.
La romantización
Al final de la serie, después de tener avatares con diversas mujeres, Arnau encuentra la felicidad al lado de Mar. En principio, el desenlace alegra y emociona a cualquiera que haya seguido la ficción, parece ser que ambos personajes se aman y por fin Arnau fija sus ojos en la joven que lleva tiempo deseándolo en silencio. Sin embargo, el mito se nos cae cuando razonamos lo que vemos y recordamos que Mar es la hijastra del protagonista, quien se hizo cargo de ella y la educó cuando sus padres fallecieron. Una especie de relación padre-hija. En el siglo XIV eran comunes los matrimonios con grandes diferencias de edad, pero la serie no deja de pintar como la felicidad máxima una relación sentimental en la que las relaciones de poder son notables y que en la mayoría de casos se traducen en vínculos tóxicos y problemáticos. Se trata así de un acto de incesto que se agrava teniendo en cuenta que anteriormente Arnau obligó (como buen padre en la época) a Mar a casarse con el hombre que la violó y echó a perder su “pureza”. Según los anexos del propio estudio “la trama enfoca este personaje como una mujer valiente y no como una niña víctima del abuso del poder”.
El heroísmo
El héroe de la serie es, sin ninguna duda, su protagonista Arnau, en torno a quien gira toda la trama desde el mismo momento en que Francesca queda embarazada de él. No existe ningún problema respecto al heroísmo en una serie del varón, sin embargo, no es desdeñable que a lo largo de toda la temporada esté rodeado de un amplio número de mujeres que, de algún modo, conforman su historia. En el siglo XIV, la presencia de mujeres heroínas era compleja dada la situación intrínseca de inferioridad y reclusión al ámbito del hogar del sexo femenino. Aún así, en la trama no se hacen especiales esfuerzos por situar al espectador en la posición de estas imponentes mujeres que van apareciendo: Francesca es una mala madre que abandona a su pequeño, Aledis una loca que se obsesiona por un hombre (Arnau) que la rechaza finalmente, Mar una joven cuya felicidad mana exclusivamente de la historia de amor con su propio padrastro del que, evidentemente, está locamente enamorada. La reivindicación no reside en quitarle a Arnau su título de héroe (que seguramente merezca por todas las hazañas que enfrenta a lo largo de su propia historia), sino en hacer una revisión sobre cómo se plasma el papel de la mujer en la serie.
Adentrarnos en “La catedral del mar” con perspectiva de género, no consiste en cambiar la lectura histórica de la serie, sino en darle herramientas al espectador actual para entender la historia de aquellas mujeres en la clave que su momento les permitió vivir, tratando de entender sus vidas y aquellas dramáticas situaciones a las que debieron hacer frente.