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Son las ocho de la mañana y la claridad de los rayos de luz ya asoman por la furgoneta envejecida de Antonio “El Turronero”, un hombre de edad avanzada con pelo canoso y mirada apagada. Hoy es día de mercado, desde hace 60 años el comerciante almagreño aparca su furgoneta y desmonta su puesto de chuches en el recinto ferial de Malagón. Mirando a su mujer cabizbajo suspira y dice: “No merece la pena ni venir”.
Fue a finales del confinamiento domiciliario (durante la fase 2) cuando algunos puestos del mercadillo de Malagón pudieron volver a abrir, pero otros no lo hicieron hasta que no terminaron las fases que implantó el Gobierno. A día de hoy, la Policía Local afirma que hay 63 casetas dadas de alta de 65 que había el año pasado. Sin embargo, aseguran que tan solo 20 de ellas están vendiendo. Los puestos de textil están más limitados que los de alimentación, solo puede haber un 30% de ellos.
Como cada martes a las nueve de la mañana, los malagoneros suben por el paseo de la Estación para llegar al mercadillo. Desde que comenzó la pandemia global, las calles manchegas ya no generan ningún bullicio. Solo se escucha el sonido de las hojas amarillas que siguen cayendo un otoño más.
La entrada del mercadillo muestra una imagen diferente. El año pasado, pese a la temprana hora, apenas daban las diez, la calle estaba llena y los vecinos tenían sus bolsas a rebosar. María Luisa, miembro de la asociación de minusválidos Coraje, atrapaba a cada persona que se encontraba por la acera para venderle lotería de Navidad. Hoy se la ve hablando con otra vecina “El Estado está devorando España”, dice. La vecina le compra el cupón de lotería por cinco euros: “Ojalá venga algo bueno este año”.
Dos policías locales y varios efectivos voluntarios del ayuntamiento recorren el mercadillo desde el recinto hasta la cubierta, vigilando el cumplimento de las normas de seguridad. Uno de ellos ayuda a un anciano con las bolsas de la compra. “El Turronero” instala las mamparas y el gel hidro alcohólico en la parte central de su puesto. A su vez, se asegura de mantener tres metros de distancia con el puesto de frutería que tiene al lado y otros tres metros con el público.
Las flechas del suelo guían a los visitantes, aunque algunos hacen la vista gorda y van por el lado contrario. Dos puestos al lado de Antonio, Andrés un estudiante de 21 años, refleja una luz de esperanza: “En general todo el mundo estamos asustados todavía, pero con las medidas de seguridad sí es cierto que la gente poco a poco se va animando a volver”.
Hoy otros comerciantes deben abandonar el barco, no volverán a abrir su caseta. Durante la pandemia, las ventas han caído un 80%. “La gente es más reacia a venir por miedo», asegura la Policía Local. Los vendedores han tenido la posibilidad de pedir una ayuda vital para autónomos del Estado, pero Antonio, dueño de una caseta de textil afirma resignado: “Una ayuda de 600 euros durante tres meses no me ha servido de nada. ¿Con 300 euros vivimos durante el mes? Aquí no hablamos de beneficios, hablamos de sobrevivir”. A lo que un policía mira a otro y dice: “Los comerciantes siempre se quejan, pero ahora con razón”.
Son las tres de la tarde, Antonio “El Turronero” baja las puertas de su caseta mirando el arroyo vacío; la falta de puestos en el mercadillo hacen más presente la ausencia del agua. Después de 60 años vendiendo con su padre, su hermano y ahora su mujer, siente que le están obligando a cerrar la etapa más importante de su vida, y se pregunta: “¿Está el virus en los mercadillos?”