Las vergüenzas de las universidades

estudiante_universidad Fuente: Canva

La vida del estudiante en tiempos de pandemia

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Con motivo del Día del Estudiante hemos recopilado testimonios de estudiantes universitarios de distintas partes de España para ver cómo viven la adaptación de las universidades a la nueva situación dada por la covid-19. La opiniones recibidas no han sido nada buenas. Destacan la brecha económica, la escasez de instalaciones, el silencio administrativo y el precio de las matrículas. 

Las universidades españolas viven momentos extraños, como casi todo en estos meses. Estudiantes perdidos, cambios de planes semanalmente, gel por todas partes, ventanas abiertas y un frío que hace que alumnos y alumnas vayan a clase con más sudaderas de las que tienen. Pero si nos centramos en el “antes”, ¿qué vemos? El prestigio resulta para las universidades un motivo de orgullo, aunque habría que analizar cuánto importa realmente al estudiantado. Todas quieren ser la mejor. Todas quieren ser la más moderna pero “la de siempre” a la vez, la de las mejores instalaciones, la de la tasa de empleo más alta… ¿pero alguna da la talla? Lo mismo sucede cuando nos movemos a los institutos. Los institutos tratan de establecer unas medidas en el periodo de la adolescencia, cuando lo primordial en las relaciones sociales es precisamente el contacto. La responsabilidad pasa a ser, inevitablemente, la de los propios estudiantes. 

Tras hablar con estudiantes de diversas universidades del país, hemos podido llegar a la conclusión de que las quejas son similares. Una de las principales es claramente la económica. Las universidades públicas parecen haber olvidado quienes son. De repente, la pandemia obliga a tener acceso a internet en hogares particulares, un ordenador privado (pues su uso será, por lo menos, de unas seis horas diarias), y que este, a su vez, sea rápido, pues sino posiblemente no puedas seguir las lecciones. Además, a no ser que se tenga una capacidad de concentración increíble, se presupone que se ha de tener un espacio propio para la realización tanto de clases online como trabajo en casa, pues el servicio de las bibliotecas o bien se ha reducido o bien se ha implantado un aforo máximo o, incluso, un servicio de cita previa para entrar a estudiar. 

En cuanto a esto último, no solo la biblioteca ha variado y reducido sus horarios y sus aforos, sino que casi todos los servicios que antaño se ofrecían a los y las estudiantes ahora, o bien son inaccesibles, o bien es complicado que se puedan usar. Hablamos, por ejemplo, de espacios de trabajo. Las mesas de entre campus están literalmente precintadas o encontramos salas de trabajo que se han cerrado. La imposibilidad de ocupar esos espacios lleva, inequívocamente, a un único espacio de trabajo más allá de la colapsada biblioteca: la cafetería (en caso de que esté abierta). Pero la cafetería no ha querido ser la única que mantenga sus servicios, sino que ha retirado esos que eran gratuitos. Puedes comprar una botella de agua, pero no llenar la tuya propia. Puedes pedir comida, pero no calentarla porque los microondas han desaparecido. Parece que la pandemia hace que solo lo que pagas sea seguro.

Mesas de una zona de estudio precintadas. Fuente: Propia.

¿Por qué se necesitan espacios? Para empezar, es evidente que los y las estudiantes necesitan un espacio de estudio en el que se pueda estar en silencio, en tranquilidad, para la concentración. Pero además, hay que tener en cuenta que son muchas las universidades que exigen una cantidad ingente de trabajos en grupo. Y, aunque nuestra adorada época digital nos permite hacer estos trabajos por alguna de las 100 plataformas disponibles, nadie puede negar que el trabajo presencial es, además de más efectivo, mucho menos cansado. Pero además, el contexto de la covid-19 ha hecho que los horarios de los universitarios se hayan vuelto un laberinto. Hay días en los que se tiene un horario continuo (si tienes suerte) pero también los hay en los que los vacíos entre clases llegan a ser más de dos horas. ¿Dónde nos metemos? 

Por otra parte, si la organización de las universidades en cuanto a horarios ya era un caos anteriormente, el programa adaptado a la covid-19 hace que sea literalmente imposible compatibilizar el trabajo con el estudio. De nuevo, la brecha económica aumenta. Tener clases por la mañana y por la tarde hace que sea imposible poder abarcar ambos ámbitos. Además, la obligatoriedad de asistir a clase (esta es una lacra que viene de mucho antes de la pandemia, con el plan Bolonia), obliga a que todas aquellas personas que anteriormente ganaban algo de dinero durante el curso, tengan que olvidarse de una de las dos posibilidades. 

A eso se le suma la poca comprensión de estas universidades de las que hablamos. Si bien la mayoría de la sociedad se ha adaptado a las nuevas circunstancias: artistas que han ofrecido contenido gratuito durante meses por sus redes sociales, algunos caseros que han decidido bajar el alquiler durante los meses de la pandemia… ¿Se ha planteado la universidad pública bajar los precios de la matrícula? La respuesta es un rotundo no. El precio de la matrícula se ha mantenido intacto. Intacto cuando las clases son por internet, se entrecortan y algunas ni se dan y se sustituyen por “trabajo individual”. Intacto cuando, como hemos visto, los recursos que nos comparte la universidad se han reducido (ya no se permite el préstamo de ordenadores, los libros pasan una cuarentena entre estudiante y estudiante pero no se ha ampliado la cantidad de ejemplares, etc.) Intacto cuando las instalaciones de la universidad son inaccesibles o, en algunos casos, puedes quedarte en el césped si decides que una pulmonía es una buena opción o si pagas un desayuno en la cafetería. 

Mobiliario de la terraza de la cafetería universitaria precintadas. Fuente: Propia.

Y, siguiendo el hilo del precio de las matrículas, es más indignante según la universidad de la que hablemos, pues cada una es un mundo distinto. La presencialidad (o no) es un tema que gestiona la propia universidad, por lo que cada una tiene un formato. Algunas mantienen la presencialidad total, otras, su contrario. Algunas van una semana sí y otra no. Otras asisten tan solo un 25% en presencial. Algunas, de hecho, van unos días a la semana sí, y otros no. A veces, incluso rotan los días según la semana. 

Todo esto hace que la situación cree un hastío similar al que se muestra en general en todos los ámbitos. La incerteza ante qué puede cambiar, unida a la inflexibilidad mostrada por la institución hace que los y las estudiantes tengan un curso con bastante más presión de la habitual. Esta vez no solo educativa, sino también económica y acerca del qué pasará, pues aquellas personas que estudian en comunidades autónomas fuera del domicilio familiar están sometidos a un alquiler que no saben si tendrán que mantener o volver a sus residencias habituales. Todo esto, recalcamos, con una evaluación continua que acompaña cada paso en el curso, unos exámenes a la vuelta de la esquina y unas medidas cambiantes, que hacen que se deba estar enterado de ellas día sí, día también. 

Otro tema que no puede quedar sin mencionar es todo lo que rodea a la universidad, pero que no sucede dentro de ella. Si te ibas a ir de Erasmus en enero es posible que te lo hayan cancelado, pero también es posible que no sepas aún si te vas o no. No entraremos en lo que ello conlleva porque es fácil de ver. Lo mismo sucede con las prácticas, reducidas a muy pocas opciones o establecidas con una nota de corte inasumible. Además, cómo no, de un retraso o incluso anulación del período de realización de estas. 

Con todo esto, es evidente que, pese que es una situación nueva para todos y todas, hay un problema en el planteamiento de las universidades. Por tres motivos sobre todo: El primero, como hemos visto, la brecha económica que se está formando y que tendrá graves consecuencias. Y, en segundo lugar, la necesidad del estudiantado de poder acceder a lugares comunes en los que estudiar, con todas las medidas de seguridad pertinentes, además de un horario amplio y un préstamo de libros eficiente. Y, en tercer lugar, que la universidad deje de mantener un silencio cuando le interesa y vea que la situación no está “funcionando a la perfección” ni nada por el estilo. No vale con ofrecer una opción de anulación de matrícula por si están en desacuerdo con el funcionamiento, porque eso es, en otras palabras, dar la espalda a las necesidades del estudiantado y dejar atrás a aquellos que no tengan recursos para seguir el curso.