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“El propósito es el poder de la imaginación”. Una colección de rostros y lugares, la tensión de una mirada que invita a la reflexión sobre nuestros comportamientos y acciones. La directora de cine Agnès Varda y el fotógrafo conceptual y artista urbano JR, presentan Visages, Villages, la unión entre dos artistas en busca de creaciones, lugares y personas especiales a las que devolver su valor. Esta búsqueda se acaba convirtiendo en una road movie donde se involucran tanto los espectadores como los propios artistas.
Como sostiene Fernanda Solórzano, Rostros y lugares no es una película autobiográfica, pero sí una película autorreferente. Para ver mejor cómo se manifiesta esta idea en el documental citaremos algunos aspectos de la vida de la directora.
Agnès Varda comenzó como fotógrafa de fotografía fija en los años 50 e incorporó esta idea al cine, como bien observamos reflejado en este filme. En 1954 graba su primera película, Sleep one cut ,sin haber estudiado cine. Parte de objetos reales que dan pie a temas de la película e incorpora habitantes del lugar en el que está grabada. Esto no era bien visto en el cine francés de los años 50. Jean Luc Godard, perteneciente a la Nueva Ola francesa, criticó su primera obra. Este hecho es necesario considerarlo porque es una presencia – ausencia muy relevante en el documental.
La directora actualmente es un pilar de la historia del Séptimo Arte, perteneciente a la Nueva Ola francesa. Además, es una de las pocas mujeres que han destacado en el mundo del cine como directoras. Su cine, considerado de autor, está impregnado de una enorme fuerza social y de corte feminista y vanguardista. Su forma de hacer cine, como ella bien dice, es el “cinécriteure”, es decir, el no separar al director del resto de roles dentro de un rodaje, haciendo que esté presente en la dirección, escritura, producción y edición.
En este documental, la directora muestra especial atención a la mujer. Por ejemplo, en la primera historia acuden a un pueblo minero a visitar a la única mujer que ejerce resistencia frente a la despoblación total del territorio, y le dedican su rostro impreso en la fachada de su casa.
JR, conocido como “el fotógrafo clandestino”, es un artista francés contemporáneo. Desde su adolescencia pintaba grafitis en las calles de París, y hoy en día fusiona el arte y la fotografía. Uno de sus hobbies es acudir a espacios urbanos con su arte fotográfico en gran formato, y su forma de trabajar es precisamente lo que se muestra en esta obra.
La película comienza presentando al espectador la amistad inusual entre la directora de 88 años y el artista urbano de 34. JR se dedica a manejar un camión en el cual toma fotografías de las personas, y dentro del mismo las procesa con ayuda de un plotter según (Paula López Montero, posiblemente alusivo al cine de ojo de Vertov). Finalmente, obtiene copias gigantescas de todos los rostros con el objetivo de plasmarlas en fachadas de edificios. De esta forma, intentan humanizar lugares que parecían muertos.
Los paisajes que vamos observando son de distinta naturaleza: desde urbanos y rurales, hasta lugares desolados y estremecedores. Todos estos ellos comparten una misma dialéctica de ruina, abandono, de no lugar y de reactivación del imaginario. Al mismo tiempo, las reacciones de las personas que habitan esos lugares está impregnada de espontaneidad, amabilidad y reconocimiento hacia ambos artistas. La idea de este proyecto es repetitiva, pero no se torna en monótona. Cada episodio encierra una pequeña o gran verdad sobre el ser humano y el mundo que le rodea.
Como ya se ha mencionado antes, la amistad entre ambos artistas es uno de los temas del filme. JR y Agnès Varda mantienen singulares conversaciones, bromas y comentarios que se convierten en el sustento emocional del documental. Mientras desvelan sus aspectos personales, comparten inquietudes, pensamientos e ideas. Una complicidad y un entendimiento que crea un lazo afectivo independientemente de la brecha generacional que existe entre ellos.
Además de la edad, hay rasgos opuestos y a la vez complementarios entre estos dos directores. Uno de ellos es el hilo conductor de la película: la mirada, los ojos, la capacidad de ver.
En las primeras secuencias, Varda expone su enfermedad ocular y afirma su progresiva pérdida de visión. Una de las principales preocupaciones de la directora francesa es perder aquello que le ha dado sentido a su vida: poder ver y registrar rostros nuevos. Cuando JR conoce este hecho, le propone emprender el recorrido para capturar estos rostros “antes de que sea demasiado tarde”.
Los ojos también se presentan como símbolo permanente en esta película a través de las gafas que se niega a quitarse JR. Varda le dice que se las quite porque quiere verle los ojos, como alguna vez lo hizo con Jean Luc Godard, que también llevaba siempre gafas negras. Este paralelismo es una especie de episodio ominoso de aquello que va a suceder después en la película.
Otro tema que presenta Visages, Villages es el tipo de fotografías que toman ambos artistas. Estas constituyen un tributo a la obra de Varda, a la vez la obra de esta era un tributo a las personas invisibles. Por este motivo, fotografían a la mujer de un minero, a un granjero que trabaja la tierra en soledad desde su tractor, a trabajadores empleados de una planta química y a las esposas de trabajadores en un puerto. Esta última historia muestra el afán de Varda de visibilizar a las mujeres en sus obras.
Técnicamente hablando, los autores a lo largo del largometraje suelen mostrar un plano más general, ya que como apunta el director Eduardo Coutinho, la ropa y los gestos nos pueden dar mucha información sobre la persona. En sus planos, la artista muestra a la persona que habla en ese momento, pero también incluye la voz en off. Como diría John Grierson este documental es un “tratamiento creativo de la realidad”.
“Si abriéramos gente, encontraríamos paisajes” dijo Agnés Varda. Visages, Villages, competidora al Oscar como mejor documental, es una oda a la amistad, representando a su vez la perfecta conjunción entre la madurez y la juventud, la experiencia y la innovación, el legado y la originalidad. Pero con algo en común, despertar el vacío que existe en algunos contextos a través de la imagen, sus conexiones, memorias y ruinas. Según Fernanda Solórzano, este documental no plantea un guión en el que se pretenda aprobar una tesis. Es notable como hacia el final de la película van siendo más frecuentes las alusiones a la muerte, al paso del tiempo y a lo que significa haber vivido. Sin embargo, los artistas no aluden a esto desde una mirada trágica: a Varda le preocupa su pérdida de visión, pero piensa que el envejecimiento le ha despertado posibilidades creativas incluso la decepción, aludiendo a la parte final del filme cuando la directora quiere llevar a JR a conocer a su amigo Jean Luc Godard y este no le recibe.
Si hay algo que representa a nuestra actual generación es el acumulamiento de imágenes y la falta de narraciones que la acompañen. Este documental cuenta con varias estructuras narrativas, por lo que contaría con al menos diez imaginarios y sus respectivas transiciones, y hasta diez diferentes diálogos de esas imágenes acordes a su contexto. Una vez más, la vejez en el cine sigue ofreciéndonos discursos con los que “espabilar” a la juventud adormecida. Varda y JR llegan al corazón del espectador gracias a su forma sincera de captar con la cámara la mayor variedad posible de experiencias individuales y colectivas.