La presión hidrostática: impuestos y Andorra

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La forma en la que disminuye la fuerza que ejerce un gas conforme aumenta la altura a la que se encuentra queda recogida bajo la ley de la presión hidrostática. Esta es la razón por la que los astronautas explotan en los dibujos animados cuando algo va mal en el espacio, porque no hay aire, no hay presión. Sin embargo, ¡sus conclusiones parecen ser mucho más profundas! Anoche me di cuenta de que permite explicar por qué el Rubius ha decidido marcharse a Andorra, la verdadera noticia del mes. En Unidas Podemos debieron llegar a la misma conclusión mucho antes que yo (claro, ellos cuentan con un doctor en Física). Es sencillo, dice la Izquierda: los ricos se fugan, se escapan, porque, como los gases, tienden a expandirse. Estar en lo alto de la sociedad conlleva, claro está, una menor presión fiscal, lo que incrementa su egoísmo, les hace querer más y más y más. El capital, increíblemente, sigue la ley de la hidrostática…

Lamentablemente seguro que ya ha leído una observación así estos días, que en Twitter parece haberse informatizado la Verdad. Una pena, seguramente sea la única pizca de originalidad que pueda ofrecer al debate que hoy nos concierne. Hace dos semanas estallaba el único espacio de equilibrio político que quedaba en España, el que nos unía a todos los jóvenes militantes veinteañeros: el Rubius, ídolo de adolescencia, pasaba de héroe a villano. Todo comienza con el anuncio del propio youtuber de su marcha, quizás para alguno hasta de su exilio, ahora que está tan de moda, a Andorra. ¡La presión, la presión fiscal le pudo! Para la comunidad pública ya no había marcha atrás: traidor a España para unos, héroe anti-socialcomunista para otros.

El debate de la evasión/elusión moral de impuestos es bastante recurrente en este país, para bien o para mal. Hasta ahora, siempre había mantenido una posición firme al respecto: me parecía ciertamente triste no querer contribuir al país que tanto me ha dado… Sin embargo, este último estallido me ha dejado con un sabor amargo en la boca, y una semana después la mayoría de mis posturas al respecto se han volatilizado. No pretendo dar aquí mi opinión al respecto; para eso consulte su timeline, seguro que puede encontrarla allí. Siete días después me siguen devorando ciertas contradicciones, que, a mi parecer, son lo interesante del debate.

Haters gonna hate

Por un lado, quisiera despachar rápidamente la cuestión particular del caso. Es patente que a cierta generación, de entre 35 y 60 años, le ha resultado especialmente molesto la fuga del Rubius. Bueno, esto es normal: aparentemente, un niñato jugando videojuegos hoy en día tiene mayor capacidad económica que la que muchos soñaremos jamás. La envidia y el descrédito hacia una juventud que aún posee el tesoro de una vida por delante son un sentimiento natural que traen los años, y no debería recibir demasiada atención. Lo cierto es que podían dedicar ese esfuerzo rabioso a pasar tiempo con sus hijos, para los que el Rubius, lamentablemente, ejercerá el rol de compañero que deberían ostentar otros. En la cuestión de los medios de comunicación generalistas, es mejor ni entrar, no sea que me echen a mí de este. A las teles y allegados se les acaba el pastel; como se suele decir, haters gonna hate. Sin embargo, el odio no proviene en su mayoría de estos sectores, sino que se ha originado precisamente en aquellos que de verdad forjaron la riqueza del Rubius, la juventud hispana. Me resulta curioso por qué no se forma tanto revuelo cuando se demuestra que otras figuras públicas cometieron delitos fiscales reales. Debe ser que las generaciones que poseen vínculos emocionales con esta antigua élite social no tienen tiempo para discutir lo bien o mal qué hace cada uno con sus impuestos; por el contrario, la gente joven, sobre todo si no pagan IRPF, sí.

Esto no es una ONG

Uno de los insultos más repetidos estos días ha sido el de insolidario. ¿Es una persona que “elude” impuestos insolidaria? Desde luego, es una muy buena pregunta para debatir en misa, pero no creo que sea acertada para construir sobre ella ideario político: ¿dónde localizamos el límite de solidaridad? ¿Cuántos impuestos se han de pagar para ser solidario? ¿La solidaridad debe medirse de forma absoluta (quién da más) o relativa (respecto a lo que gana)? ¿Un 50% de impuestos es solidaridad pero un 25% no? En definitiva, ¿puede pesarse la solidaridad con billetes? Aún no tengo respuesta para ninguna, porque no parece haberla. Es por ello por lo que no creo que el debate pueda orbitar esta cuestión. Sin embargo, el sentimiento de robo que muchos sufren estos días es fundamentado; posteriormente abordaremos esta realidad.

Los Juan Carlos y las black

Existe otro modo de invalidar el asunto ético, esta vez por vía del absurdo y la incoherencia. La presunción de una superioridad moral en el argumento de la solidaridad solo se sostiene si efectivamente se puede comprobar dicha superioridad. La realidad es que, a pesar de que nos quejemos de los que se fugan a paraísos fiscales, somos nosotros los primeros en practicar fraude: en España se cobra en negro hasta las vueltas del pan. Los últimos datos revelan una economía sumergida del 24,6% del PIB. Un cuarto de todo el dinero generado en España, 6 veces más que todo el presupuesto para educación. Como se suele decir, los libres de pecado, llénense las manos de piedras.

Pulseras, Estados y banderas

¿Y qué sucede con el patriotismo? Efectivamente, la cuestión nacional es capital en el tema: es necesario contribuir a las arcas del Estado para pagar lo que se hizo por uno en su invalidez legal. Este era uno de mis argumentos favoritos; hoy en día estoy seguro de que es falso, y terriblemente peligroso. En primer lugar, conlleva una asociación que dejamos olvidada a mitad del siglo pasado: la del Estado-Nación. La efusividad del último estallido de este debate refleja muy bien la tendencia emergente de estos aparatos políticos totalitarios, recogida de nuevo, 50 años más tarde, por verdes y morados. Es un error confundir ambos términos: nada tiene que ver el pueblo, la Nación, con el Estado. Esta fusión nos ha llevado a dos guerras mundiales y una tercera que aún continúa. ¿Eran los revolucionarios franceses patriotas? ¿Y qué hicieron con el Rey, con el Estado, en nombre de la Nación?

La cuestión patriota en realidad camufla un pensamiento mucho más peligroso aún, curiosamente esgrimido por los grandes detractores del capital. Concebir el contrato social como una deuda a saldar y no como un pacto equitativo conlleva una visión, en definitiva, del Estado como un mercado al que el individuo debe acudir obligatoriamente, pues no se le ofrece otra posibilidad. Por ello de su nombre, porque son/están impuestos. Se impone la imagen de un aparato institucional al que el individuo debe contribuir independiente de su voluntad, pues sin saberlo y sin tener conciencia de ello, ya desde su nacimiento se benefició del propio aparato. Si bien la existencia del contrato social es ya de por sí bastante cuestionable, se torna especialmente oscura a la luz de este debate.

Para los más marxistas, los que curiosamente parecen concebir al Estado como un Gran Mercado estos días, me gustaría reformularles el problema en otros términos: ¿no son los impuestos otra forma de plusvalía? ¿No son una extracción obligada del valor trabajo a la clase trabajadora, que en muchas ocasiones, como antaño, permiten el mantenimiento del sistema capitalista?

El planteamiento del problema como una cuestión patriótica en mi opinión no es sino una trampa ideológica: es necesario que la población media sea proclive a una alta presión fiscal para mantener un Estado cada vez más deficitario (económica y socialmente). Este es el verdadero debate: si bien la cantidad es importante, quisiera subrayar dónde y cómo y por qué son necesarios los impuestos, y si el sistema fiscal actual es eficiente en ofrecer la cobertura social para la que fue concebido. Hay dos comentarios finales que hacer a este punto, sobre la cuestión utilitaria del Estado como proveedor de servicios. Es necesario ofrecer la posibilidad de crítica al Leviatán que exige unos impuestos que luego no se traducen en bienes comunes: díganme desde marzo cuando se ha demostrado la maravillosa sanidad que se nos prometió, si hasta los hospitales se nos vuelan (por no hablar, claro está, de esas carreteras, sobre las que uno parece levitar al conducir; ¿no las han probado ustedes?). La realidad es que, primero, no existe ningún tipo de control sobre la inversión de nuestros impuestos más allá del poder ejecutivo/legislativo, que suele ser difícil de separar; segundo, la infraestructura institucional y social que deberían generar tributos de hasta el 50% no parece traducirse en recursos reales, al menos de la calidad prometida. Efectivamente, es por ello por lo que considero legítimo y necesario criticar las acciones de un Estado a través de una serie de mecanismo políticos que en España no están articulados; eso sí, sólo en caso de que estas atenten contra los principios básicos de la sociedad, como sucedía en la Francia de 1789. A pesar de lo que defiendan muchos, esta protesta no puede realizarse a través del Fisco, a riesgo de que, en ausencia de voluntad de civismo, tengamos que volver a conducir caballos porque un par de señores afirmen que “no pagarán impuestos para que se gasten en paguitas”. El argumento de “no es justo pagar impuestos si estos no se invierten como que yo quiero” es un insulto a la democracia, pues soslayan la voluntad de construir un proyecto común, una Nación, independiente de la forma concreta que tome el Estado. De él puede derivarse un ataque al principio de convivencia. Este es el problema de España, la ausencia de sociedad civil, de deseo de avanzar como país de forma conjunta, como sociedad y no como un conjunto de individuos aislados y obligados a vivir juntos. Seremos un pueblo cainita hasta que esto no cambie, hasta que asumamos el principio de convivencia en pos de un ideal superior, de una España para todos.

La cuestión no es cuántos impuestos se pagan (bajo un sistema de grabación fiscal, por cierto, cruel como nada, para pobres y ricos) sino por qué y en qué se gastan y si como individuos estamos dispuestos a hacerlo en favor de un futuro común, al que el Estado debe ser sumiso, contribuyendo como un medio y no como fin. La consigna “Hacienda somos todos” no puede ser más maquiavélica. No, en democracia, la “Hacienda es de todos”.

La libertad y la res publica

A pesar de todo lo dicho, sigue sin parecer razonable que los ricos se marchen para ser más ricos. ¿Por qué? Sigo sin encontrar respuesta clara al respecto, pero trataré en este último capítulo de dar algunas pinceladas de mis conclusiones.

Misteriosamente, el origen del descontento de muchos es el consuelo de otros tantos. La acción del Rubius se ha justificado dogmáticamente bajo la idea de libertad individual, callando así cualquier tipo de respuesta, pues esta es el valor sagrado último, imposible de discutir. Ah, ¿pero acaso lo es? ¿Existe tal cosa como la libertad individual, y más en términos políticos, que es lo que debatimos en última instancia? ¿Cómo encaja el individuo en la construcción de la sociedad? De nuevo, ¿cómo articulamos el contrato social y en qué términos puede romperse?

Lo insultante del caso es precisamente esto último. La razón por la que nos ofende que los ricos quieran ser más ricos en paraísos fiscales (eliminando el componente cristiano inherente a la mentalidad española) es que es un ataque contra la sociedad, contra el proyecto común que invocábamos antes. Si la existencia de la libertad individual, justificación definitiva de la elusión fiscal, se demuestra a través de la capacidad de romper el contrato social, entonces no existe, porque tal cosa no es posible. Por tanto, ¿cómo justificamos el flujo de capitales que tienen por objetivo evitar una determinada presión fiscal? La pandemia es un claro ejemplo de ello: no es posible separar al individuo de la sociedad, ni la sociedad puede articularse sin individuos. ¿Sobreviviría el Rubius solo con su dinero en un contexto de emergencia nacional, en Andorra o en Kuala Lumpur? Y en última instancia, ¿por qué no podría  cualquier persona considerar que se le está sangrando a impuestos y optar por marcharse? De nuevo, esta vez por el otro extremo, ¿dónde está el límite de lo justo en términos fiscales? ¿No es esta una mentalidad peligrosa, que a la larga acaba por destruir el supuesto Estado de Bienestar?

Rechazar el proyecto común de un país es convertirse en un Otro al que le importa nada o menos el porvenir de su sociedad, y que, automáticamente, pasa a ser visto como un enemigo. Este es el peligro de que las figuras públicas del showbusiness español se marchen del país por cuestiones económicas: están sembrando la semilla cultural de una generación sin deseo civil, sin deseo de construcción de sociedad civil, interesada únicamente en su propio ombligo. La era de Internet generará en las próximas décadas la destrucción del tejido social y civil más grande que probablemente jamás se haya visto. La ilusión de Twitch como un nuevo ágora es únicamente una ilusión, una de las que hay que evitar.

Si me permiten, cerraré mi exposición con una predicción para este 2021: no acabaremos este año sin ver a algún youtuber en la campaña política de algún partido. Es increíble ver las ganas de la sociedad española de polarización política de todo el espacio cultural, capaz de convertir en cuestión nacional hasta a la comunidad streamer. La representación política de Jordi Wild o Wismichu, eso sí es una buena tesis doctoral.

Estoy deseando ver a Ibai Llanos con el PSOE. Hasta entonces, cuídense. Y ya saben, para bien o para mal, Hacienda somos todos.