Advección política: moral y dialéctica en el panorama político español

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Por algún Misterio este artículo probablemente acabe publicado el 15 de mayo de 2021. Les puedo asegurar que la fecha ha sido casual, aunque cada vez comienzo a estar más abierto a creer en una cierta Providencia. A pesar de lo anacrónico del periodismo, me parece relevante mencionar la fecha original de publicación por dos motivos íntimamente relacionados: uno es la anécdota personal; el otro, la situación social que acoge este artículo. 

El pasado 4 de mayo se celebraron en la Comunidad Autónoma de Madrid los comicios a la presidencia de la región, con un resultado más que favorable para la señora Díaz Ayuso y un jarro de agua fría para el autonombrado bloque progresista. Una cuestión cronológica ha querido que estos resultados prácticamente coincidan, como digo, con el décimo aniversario del 15M: la muerte política de Pablo Iglesias, a manos de la denostada IDA, ha querido coincidir con la fecha de su nacimiento. 

La anécdota personal refiere a que estas elecciones han supuesto para mí una repolitización considerable, como lo fue entonces el 15M para la generación anterior. Este cambio de actitud no solo refiere a mi cuestión individual concreta, sino a una mentalidad social que parece cansada de la política que surgió de este movimiento, como han demostrado los resultados. En realidad, creo que nos encontramos ante un hecho que señala el devenir de la vida política española en los próximos años. 

A pesar de que solo se trate de unas elecciones autonómicas (bien es cierto que referidas  a la capital del Reino), los resultados muestran hasta qué punto la política española está a punto de cambiar (al menos en potencia). No creo que sea una buena reflexión afirmar que Madrid es una anomalía: lejos de las cuestiones contingentes, se trata probablemente del escenario más politizado de todo el panorama nacional (dejando fuera a Cataluña, claro está; allí hace tiempo que perdimos la cabeza), con una izquierda arrolladora en lo moral pero que ha perdido de forma evidente las elecciones ante el bloque contrario.

En lo particular de los resultados, ni tanto ni tampoco. No creo que la victoria de Isabel Díaz Ayuso sea digna de considerarse arrolladora, ni la derrota de la izquierda catastrófica, porque estos últimos no tenían nada que perder. A pesar del lema de campaña de Unidas Podemos (“Que hable la mayoría”), la derecha gobierna en Madrid desde hace 26 años. Sumado este hecho a la desaparición de Ciudadanos de la Asamblea, con un bloque de centro derecha mucho más compacto (con solo dos marcas políticas ocupando dicho espacio), lo normal era que la señora Ayuso revalidara el cargo. ¿Por qué entonces ha surgido este clima avergonzado, vengativo y sobre todo orgulloso en la derrota en la izquierda? Si no había nada que ganar, ¿por qué esta pataleta, queridos politólogos de Público?

El marco teórico con el que pretendo analizar el estado de la cuestión política española se fundamenta en utilizar sin miramientos el uso de la dialéctica izquierda-derecha. En España, de nuevo por cuestiones coyunturales, solemos tender a rehuir esta división. A pesar de que mi primer recuerdo político sea pensar que esta era una categorización estúpida, el tiempo me ha llevado a pensar que lo estúpido acaba siendo evitarla. Es sobre esta división dialéctica del espectro político sobre la que gira este artículo y sobre la que con cada vez más frecuencia acabo escribiendo.

Es cierto que las sociedades son siempre plurales, enhebradas por una continuidad en el pensamiento político que no puede ser representada totalmente por dos bloques (izquierda/derecha, progresismo/conservadurismo). Sin embargo, en un marco político representativo, donde las marcas electorales no son infinitas sino discretas, contables, es inevitable que los electores acaben por tener que elegir entre votar a un contenedor ideológico cerrado o a otro. Es pura matemática: no puede haber infinitos partidos políticos, uno para cada expresión moral-política, por lo que todos acabamos reducidos a un conjunto de coordenadas operativas y fácilmente capitalizables por los partidos. La dialéctica izquierda-derecha es una tecnología con la que los sujetos políticos pueden operar fácilmente y sobrevivirá hasta que esto deje de ser así. Además, empieza a ser evidente que la ciudadanía española solo admite divisiones binarias en su proceder social y que no hay lugar, cuando las cosas se ponen feas, para Terceras o Cuartas vías.

El axioma fundamental sobre el que construiré mi edificio teórico es la validez de esta división: que el marco izquierda/derecha o cualquiera de sus equivalencias permite describir las dinámicas políticas españolas en su totalidad. Esto implica que ambos opuestos acaban por ocupar todos los valores e instituciones politizables de forma complementaria: rara vez comparten símbolos o ejes comunes. De hecho, hacer esto último, desde el punto de vista dialéctico, es un signo de derrota: que Vox consiga hacer hablar al PSOE de los menas o que una campaña gire entorno a un enunciado como ‘’Libertad o comunismo’’, son signos claros de qué actores proponen y cuáles se identifican como una mera negación. 

Toda cuestión política gira entorno a un debate moral último, a propósito de valores pre-políticos: el orden, el progreso, la familia, Dios, la libertad o la igualdad son objetos universales que integramos en nuestra operación moral y social de forma individual. Los sistemas que integran nuestra postura con respecto a ellos son ideologías, y es a través de ellas cómo nos convertimos en sujetos políticos/politizables. Es particularmente interesante observar como los opuestos (izquierda/derecha) ocupan y capitalizan este conjunto de valores: como copan el espacio moral y se reparten según qué instituciones. Este proceso de advección política es constante: continuamente, los dos bloques se reposicionan moralmente, aunque, y aquí está mi idea principal, de forma particular pueden proyectar una imagen fosilizada de su posición moral anterior. De la misma forma, la renuncia de ciertos valores también define una posición ideológica: en España, la derecha no se apropia de la bandera, sino que es la izquierda la que renuncia a adoptarla en su ideario, porque esto implicaría  ceder una parte de su espacio.

Tradicionalmente, la izquierda ha estado asociada a los valores de la Ilustración y la Revolución Francesa, sumada a las tesis marxistas. Su intuición moral principal fuerte era la materialidad como condición definitoria del sujeto político, entendido como comunidad, y su objetivo la emancipación del sujeto de Revolución. Por otra parte, y este punto es algo más conflictivo (no porque no haya evidencia histórica, sino porque la derecha no se ha preocupado de ofrecer una imagen fosilizada de sí misma), el segundo opuesto ha copado históricamente las ideas de individualidad, libertad, orden y conservación. A pesar de que estas dos imágenes sean más que cuestionables, son las que han calado en el imaginario colectivo y son a través de las cuáles que los individuos nos asociamos a uno u otro bloque.

La derrota ideológica de la URSS, sin embargo, dio paso a la muerte del sujeto político tradicional de la izquierda, el obrero o la clase, a través de la desaparición de la dialéctica de los grandes relatos (liberalismo/comunismo) y el establecimiento definitivo del sistema liberal. En ese momento, la derecha, clara vencedora del conflicto moral, se engañó pensando que había llegado el fin de la Historia. Sin nada que ganar, al menos en España, renunció a su expresión en el espacio público y se vacío de todo contenido ideológico: un político de derechas se concibe hoy en día como un mero gestor. La derecha había renunciado al campo político y se refugió en bajar los impuestos y en ofrecer la posibilidad de segundas residencias. Por su parte, la izquierda tuvo que reconstruirse ideológicamente sobre un campo de valores morales sesgado: no había victoria posible alrededor del obrero, porque este sujeto universal ya no existía, no había posibilidad de Revolución; las nuevas ideologías debían reconfigurarse en un espacio intrínsecamente liberal. Los grandes relatos y los procesos dialécticos que los confrontaban y politizaban, habían desaparecido, y el campo moral había asumido como fundamental el marco capitalista. 

La falta de grandes dialécticas hizo que la izquierda se refugiara en la última expresión que quedaba del sujeto político: su identidad. El bloque autodenominado progresista acertó en elegir este concepto como su nueva tecnología fuerte, porque permite reconstruir al sujeto político constantemente: sentar doctrina sobre qué medios de transporte utilizamos, qué comemos, cómo dormimos, cómo utilizamos los pronombres, permite definir fluidamente el electorado, a costa de renunciar a valores universales y acoger continuamente nuevas necesidades políticas no cubiertas. El sujeto político, hoy en día, no existe; son las marcas políticas, especialmente de izquierdas, las que lo construyen a su antojo. Estas nuevas instituciones se adoptaron como centrales a la vez que se abandonaba la idea de la materialidad como condición política primera. Esta renuncia vino de la mano de la segunda gran característica definitoria de la izquierda de nuestros días: la alianza con el Capital. Hoy en día, son los partidos de izquierdas los que defienden la globalización, aún a sabiendas de que es la mayor fuente de desigualdad de nuestro tiempo; los que acuden a las cumbres del clima patrocinadas por empresas energéticas o los que aplauden a bancos feministas que negocian el despido de 3000 personas sin posibilidad de negociación. Es absolutamente maravilloso ver como en los últimos 20 años, la izquierda ha adoptado en su ideario todas las posturas neoliberales de manual, contra las que se dicen enemigos, ocupando el espacio que, antes de su victoria, había ocupado la derecha.

A pesar de este hecho, el verdadero triunfo de la izquierda consistió en proyectar sobre el espacio público una imagen falsa (y profundamente contradictoria con su praxis) de sí misma: una fosilización de sus valores políticos. A día de hoy, a pesar de que efectivamente la izquierda tienda a adoptar posturas nacionalistas (en contra del principio de igualdad), individualistas y relativistas (en contra de los ideales universales de la Internacional) o conservadores (la España vaciada, el mundo rural o el ecologismo), en el ideario colectivo, la izquierda aún porta la bandera de la socialdemocracia clásica y de la defensa contra el neoliberalismo. Lo verdaderamente grave, y lo que explica por qué se insulta a los obreros que votan al PSOE, es que los propios intelectuales de izquierdas, responsables de sostener esta contradicción entre el ideal (la postura moral fosilizada) y la praxis política concreta, se creyeron su propia mentira. Hace al menos 20 años que la izquierda no defiende a los pobres; que el socialismo abandonó los barrios obreros en pos de unos valores que se demuestran poco operativos/transformadores en contextos sociales complicados (como en épocas de crisis). Esta es la realidad que explica por qué el mal llamado cinturón rojo ha situado a Díaz Ayuso en la presidencia: porque no puede verse reflejado, en momentos de gran incertidumbre material, en principios como los feministas o los ecologistas. No es que la materialidad y estos nuevos marcos políticos sean contradictorios (diría que precisamente son complementarios) sino que la izquierda ha abandonado a una de las dos mitades. El Partido Popular y Más Madrid salen reforzados de las elecciones porque han sido los únicos cuyas campañas giraban en torno a valores politizables universales y transformadores: libertad, cuidados y nación (“vivir a la madrileña”, “libertad o comunismo”, “mujer, madre, médica”). El resto de marcas políticas, centradas en instituciones absurdas en la realidad (como la idea de que en Madrid hay instaurada una cierta dictadura fascista), han sido incapaces de movilizar al sujeto político medio (ni siquiera a sus propios votantes).

Los resultados de Madrid son relevantes no porque sean extrapolables, sino porque señalan una reconfiguración del espacio moral, un nuevo proceso de advección y fosilización, tras una época, iniciada hace ya diez años, de estancamiento moral y proposiciones en negativos. Fruto de este contexto, empieza a intuir la aparición de una derecha regionalista, federal y social la defensa de la familia por parte del bloque progresista o una recuperación de la materialidad en los ambientes de izquierda. Me temo, por contra, que la lectura republicana de Ayuso y los parecidos entre Sánchez y Thatcher tendrán que esperar…