Jesús M.ª Cruz
Muchos habitantes humanos aún no se han percatado de la enorme cantidad de “vecinos” que tienen a su alrededor… me refiero a los cientos de especies animales (sin exagerar), que encuentran cobijo en distintos puntos de nuestras ciudades. Hay quienes, entre prisas y agobios, sueñan con poder hacer de vez en cuando una “escapada a la naturaleza”, olvidando que nuestras propias ciudades están construidas dentro de esa “naturaleza”, a la que por mucho que queramos, no hemos conseguido exterminar del todo. Se nos olvida que, hasta hace pocas décadas o incluso pocos años, según el barrio, literalmente puede decirse que “todo esto era campo”.
Pero empecemos por la base de todo. La base de la cadena alimentaria de este peculiar vecindario, como en cualquier ecosistema, son las plantas. Si nos fijamos un poco en cualquier descampado abandonado, incluso en pleno centro de la ciudad, podremos ver una gran variedad de especies vegetales herbáceas. No estoy hablando de los parques y jardines cultivados y mantenidos por humanos, sino de las popularmente (e injustamente) conocidas como “malas hierbas”, una serie de plantas autóctonas con una excepcional capacidad de adaptación que no tienen problemas para expandirse y arraigar en cualquier mínimo resquicio que les ofrece la ciudad, incluso en simples grietas en el asfalto. La lista de estas especies distintas que podemos encontrar es tremendamente amplia, y varía entre una y otra ciudad, incluso dentro de una misma ciudad dependiendo del microclima exacto del lugar.
Ligados a estas selvas en miniatura, aparecen cientos de especies de invertebrados de todos los tipos (saltamontes, escarabajos, lepidópteros (mariposas y polillas para los amigos), lombrices, arañas, ciempiés, incluso libélulas si hay algún arroyo o laguna en las cercanías), formando unos ecosistemas en miniatura verdaderamente complejos y fascinantes. En primavera y verano podremos observar numerosas especies de polinizadores (himenópteros como abejas, abejorros o avispas, moscas, escarabajos…), contribuyendo a le reproducción de muchos de estos vegetales y obteniendo alimento a cambio.

También hay muchos vertebrados en nuestras particulares selvas de ladrillo y cemento, que pese a ser de mayor tamaño de los invertebrados, no dejan de ser bastante invisibles para el gran público: comenzando por los reptiles, podemos destacar a las salamanquesas, las cuales no son raras de ver en aquellas paredes donde haya un foco de luz, esperando para capturar a los insectos que se acerquen (uno de los ejemplos que más me llaman la atención de hasta qué punto algunos animales se están adaptando al peculiar ecosistema de las zonas urbanas).
No es el único reptil que podemos encontrar en la ciudad: las pequeñas lagartijas del género Podarcis, pueden sorprendernos en los muros o paredes de cualquier parque urbano; incluso alguna que otra culebra o serpiente, como la “culebra de escalera”, especialmente en zonas urbanizadas recientemente; pero que no cunda el pánico, en la Península no tenemos especies demasiado peligrosas (aunque lo más prudente si encontramos un ofidio en la ciudad y no somos expertos, es llamar al 112, por si se trata de una especie tropical procedente de un escape).

Tampoco sería raro que nos encontremos con algún anfibio, siempre que se cumpla el requisito mínimo de que haya agua en las cercanías. En las charcas que se forman en las afueras de la ciudad tras las lluvias, especialmente en primavera, podremos observar al sapo corredor, una especie que, como su mismo nombre indica, no tiene problemas en desplazarse grandes distancias a una velocidad relativamente elevada teniendo en cuenta su pequeño tamaño, y que tan solo necesita pequeños charcos para el desarrollo de sus larvas (o renacuajos), aunque estos se encuentren en un ambiente hostil como a las puertas de la gran ciudad. En los parques con estanque, es probable que también tengamos la oportunidad de observar algún ejemplar de rana común, otra especie todoterreno.
Las aves son, sin duda, el grupo de animales vertebrados más abundante y diverso en las ciudades, ya que tienen la gran ventaja de poder esquivar el “efecto barrera” que suponen las carreteras y otras infraestructuras humanas, con lo que tienen libertad total de movimiento entre las afueras de la ciudad y su interior. La variedad de especies salvajes que se han adaptado a vivir entre nosotros, sin contar con los populares gorriones o palomas, es sorprendente. Córvidos, como urracas o grajillas, mirlos (inconfundibles por su melodioso canto, que puede llegar a escucharse incluso por la noche), y otras muchas paseriformes (= aves con una forma similar a la de los gorriones), como jilgueros, carboneros, verderones, pinzones, lavanderas, etc. Las gaviotas, ubicuas en ciudades costeras, cada vez son más abundantes durante el invierno en las ciudades del interior, donde han aprendido alimentarse en vertederos (quien viva o haya estado en Madrid o alrededores, probablemente se habrá sorprendido de contemplar enormes bandadas de gaviotas dirigiéndose desde su peculiar “restaurante” en el vertedero de Valdemingómez, hasta su dormidero en el embalse de El Pardo).

No son las únicas, ya que las cigüeñas, garcillas bueyeras, o aves rapaces como los milanos, también se están especializando cada vez más en “reciclar” nuestros residuos. Y hablando de aves rapaces, especies tan famosas como el halcón peregrino o el búho real, cada vez muestran menos reparos en anidar incluso en terrazas o azoteas de edificios habitados. Otras aves rapaces diurnas, como cernícalos, gavilanes o ratoneros, así como nocturnas (mochuelos, lechuzas o autillos) también están perdiendo cada vez más el miedo a asentarse en parques urbanos, a pocos metros de nuestras casas. Los famosos “pájaros carpinteros” son otros asiduos de las zonas arboladas de las ciudades; en parques no muy ruidosos quizá podamos escuchar el “tamborileo” del pico picapinos mientras taladra árboles, o bien observar al pito real causando estragos en los hormigueros de las zonas ajardinadas.
Y, en el grupo de los mamíferos, encontramos uno de los casos más sonados de hasta qué punto la naturaleza no deja de reclamar lo que hasta hace poco le pertenecía: las cada vez más frecuentes incursiones de piaras de jabalíes en zonas urbanas, buscado alimento en jardines y cubos de basura; algo cada vez más frecuente en algunos barrios y localidades de Madrid y Barcelona, donde ya casi ven a los humanos más como una fuente de alimento que como un potencial depredador, con el peligro que ello conlleva.
Otro mamífero que se está convirtiendo en un urbanita descarado es el conejo común; cada vez es menos raro ver grandes colonias de estos animales en taludes junto a autopistas o vías de tren, unos terrenos muy adecuados para la construcción de sus madrigueras, y donde además se sienten a salvo de depredadores. Los quirópteros (murciélagos), son otro grupo de mamíferos que han encontrado en las construcciones humanas un lugar inmejorable para descansar durante el día. Se trata de unos animales que, pese a su mala fama y a despertar los miedos más irracionales en los humanos, en realidad cumplen una imprescindible función en el ecosistema urbano, ya que su alimentación se basa en insectos voladores, siendo un método ecológico para el control de plagas. De hecho, persiguiendo este objetivo, en los últimos años, algunas localidades están instalando cajas-nido específicas para aumentar sus poblaciones.

Aunque, si de oasis de biodiversidad urbana se trata, hablemos de los humedales (siempre que estos se encuentren medianamente bien conservados). Y, concretamente, de uno de los casos de recuperación de la biodiversidad urbana más llamativos que conozco: el rio Manzanares a su paso por Madrid. Hace algunas décadas, a alguien se le ocurrió que Madrid no podría llegar a ser una buena ciudad europea sin tener su rio europeo, ancho y caudaloso. Para ello, tiraron de construir represas en el cauce del Manzanares, dejando sus aguas estancadas. Pasó lo que tenía que pasar… por muy “bonito” que estuviera el rio estancado, en realidad no era más que una balsa de aguas podridas donde la especie que más abundaba eran grandes bandadas de mosquitos. Hace unos pocos años se tomó la decisión de reabrir las compuertas y permitir al rio recuperar su verdadera personalidad (ser un rio mediterráneo de caudal más bien pobre), y los resultados fueron sorprendentes: en unos pocos meses volvieron a crecer plantas acuáticas autóctonas gracias a las semillas que el propio rio aportó desde su curso alto (llegaron a crecer incluso arboles salvajes como fresnos o sauces); después llegaron peces autóctonos, gran variedad de aves acuáticas… incluso algunas nutrias (mamífero que hacía tiempo que no se veía en la ciudad de Madrid), han llegado a pleno corazón de la capital siguiendo el curso del rio.
En resumen, esta es solo una pequeña muestra de la enorme biodiversidad que nos rodea en las ciudades. Y es que los seres vivos no entienden de límites entre ciudad y campo; simplemente, si en nuestros barrios encuentran una vivienda adecuada a sus necesidades, y un buen “super” donde alimentarse, se quedarán a vivir junto a nosotros, sin más.