Esquís por patines. La historia de Tromsø

Fotografía de @matejajovanovic
Vista de la ciudad de Tromsø. Fotografía de: @matejajovanovic

Aquí la pasión por el esquí de fondo, conocido como cross country-skiing, es tanta que cuando desaparece la nieve sustituyen los esquís por patines para poder seguir practicándolo sobre el asfalto. Si la despedida de la nieve es un drama o no depende de a quién preguntes, lo que sí está claro es que es un acontecimiento. Como lo son también las noches polares, las auroras boreales o el sol de media noche. Acontecimientos y espectáculos de la naturaleza a la par. Para el turista y residente temporal una locura, para los locales una rutina. Me pregunto constantemente si uno puede acostumbrarse a esto. Me parece imposible.

Tromsø (Noruega) te absorbe cuando llegas y te zarandea suavemente (y no tan suave) hasta que te acostumbras a sus ritmos y extravagancias. Llegué con cuatro horas de luz y sin sol, sorprendentemente sin nieve y con días de mucho, mucho frío. Luego la nieve extendió su manto por toda la ciudad y alrededores, cubriendo cada rincón y aguantando como una campeona durante prácticamente cuatro meses con solo un par de altibajos que nunca duraban más de 48 horas. Mientras esto sucedía el sol reaparecía por el horizonte y le iba comiendo horas a la noche. Hoy, llevo unas dos semanas sin ver la noche y cuatro días exactos sin que el sol desaparezca nunca por el horizonte. Las temperaturas son más amables con las personas, aunque el tiempo sigue tozudo y los días plenamente soleados no abundan.

Alrededores de Tromsø

En solo cinco meses la luz y el tiempo han cambiado radicalmente y con ellos mi rutina y mi ritmo de vida. Así funcionan aquí las cosas, cambias como la naturaleza lo hace a tu alrededor y te adaptas. Siempre puedes ser tozudo y tratar de ignorar lo que te rodea, obcecarte en seguir tu propio ritmo, pero si no te dejas absorber por este rincón del planeta entonces puede que no lo eches de menos, o no con la misma intensidad.

Aun no me he ido y ya sé que lo voy a echar de menos. Mucho. A Tromsø y a la gente que te da. Porque otra de las cosas más mágicas de esta ciudad es su condición de zona de paso. Está habitada por mucha gente, amantes del deporte, del esquí, de la naturaleza, del montañismo, de la pesca y el mar que vienen a vivirla durante un tiempo y comparten contigo sus historias. Sales y conoces, conoces gente muy diferente. Alguien te pregunta de dónde eres y qué haces aquí, y compartes un ratito de tu vida con ellos, personas a las que seguramente no vuelvas a ver.

También es un placer conocer a los locales y sorprenderte con la sonrisa que siempre llevan en el rostro, a pesar del frío, de la noche y de la nieve. Es fácil enamorarse de este lugar tranquilo, silencioso, en el que no hay problemas y la confianza es el valor que prima en las relaciones. La gente no cierra sus casas, ni sus coches, las tiendas no tienen alarmas en sus productos, los móviles se quedan olvidados en el autobús y días después son recuperados por sus dueños. Es también posible moverse por carretera sin coche, pidiendo a los conductores de otros vehículos que te acerquen aquí o allá.

Todo funciona más despacio, a otro ritmo, marcado por otras prioridades. La tranquilidad reina, lo que permite tener animales salvajes merodeando muy cerca de las casas, salir y ver renos, focas, caballos e incluso ballenas; sin pretenderlo, simplemente encontrarlos. Todo esto, necesariamente, influye en la personalidad de sus gentes, las gentes de Tromsø, que hacen las cosas con calma, tanta que a veces desesperan. Sirven cervezas con calma, arreglan el coche con calma, reparten paquetes con calma… Y así, tú, que vienes del frenesí de otra ciudad, aprendes e intentas incorporar esa tranquilidad a tu vida. Porque no es posible luchar contra corriente.

Así, con gente que va y que viene, que se queda y se marcha, se teje una bonita comunidad internacional que vive y convive con los curtidos habitantes de este rincón del planeta que si dejas que te atrape te corta la respiración y te llena por dentro hasta el punto de saber antes de irte que lo echarás de menos.

Catedral del Ártico. Tromsø. Fotografía de: @matejajovanovic