En cualquier ámbito de la cultura nos acostumbran a escuchar hablar de grandes figuras masculinas memorables. De hecho, la saturación de información hacia estos personajes es desmesurada. Podemos encontrar libros, artículos, películas y conferencias que hablan de una misma figura -masculina- analizando y reinterpretando su producción y su contribución a la sociedad.
Pero ¿qué pasa con las mujeres? ¿No han aportado calidad y cantidad suficiente como para ser incluidas en la lista de esenciales de cualquier centro educativo? ¿No hay material suficiente como para estudiarlas desde distintas perspectivas, al igual que se ha hecho con los hombres que lo han merecido? ¿O simplemente no interesa tirar de un hilo que puede desembocar en la reinterpretación de miles de millones de estudios en torno a la cultura en el mundo?
Cada vez que se habla, se escribe, se investiga o se estudia a una mujer, sea del ámbito que sea, muchos estudiosos tienden a hacer una lectura desde la conexión que pueda tener con una figura masculina. Por ejemplo; Camille Claudel y Auguste Rodin, Marie Laurencin y Guillaume Apollinaire, Sonia Stern y Robert Delaunay. Artistas que, incluso reconociéndoles el gran talento que han tenido en sus producciones artísticas, siempre se ligan a la figura de su respectiva pareja como motor de su éxito y como justificación por destacar en el ámbito artístico.
Hoy en día, disponemos de gran cantidad de estudios sobre teoría de género. Gracias a esto, se ha podido criticar estas desafortunadas injusticias. Contamos con numerosas profesionales que se reivindican día a día contra la sombra que recae sobre las mujeres en el ámbito cultural y, afortunadamente, estas pequeñas batallas han tenido sus frutos. También museos, entidades y revistas culturales, así como profesionales han luchado por poner el foco de luz sobre las verdaderas protagonistas de esta batalla: las mujeres. De entre miles de artistas, vamos a hablar de una en particular: Marie Laurencin.

Marie Laurencin fue una pintora, grabadora y escenógrafa francesa que comenzó su carrera artística estudiando pintura de porcelana en la Fábrica de Sèvres, pero a partir de 1904 se formó en París, en la Academia Humbert, donde empezó su vocación por la pintura al óleo, las miniaturas persas y la obra de artistas como Cézanne, Renoir y Matisse.
Marie Laurencin vivió dos Guerras Mundiales y una gran depresión económica. En 1914 se casó con Otto van Wätjen y cuando estalló la Primera Guerra Mundial se exiliaron a España. Por aquel entonces Marie usaba colores ocres y apagados, así como motivos que hacen pequeñas referencias al momento de crisis personal por la que estaba pasando, consecuencia del exilio como, por ejemplo, barrotes.
Tomó algunos trucos de estilización de sus amigos cubistas, sus líneas eran simples, con formas esquematizadas en los rostros a la manera de Picasso. La habilidad de la artista era dividir el objeto en planos de color, separados y simplificados. A partir de 1910 su paleta consistía básicamente en colores pasteles como el rosa, el azul y tonos grises, dando un efecto velado y de ensueño a sus representaciones. Estas características las vemos ejemplificadas en obras como La poetisa Marguerite Gillot, de 1912.
A partir de 1921, regresa a París y es cuando desarrolla su estilo maduro caracterizado por unas representaciones delicadas y simplificadas de mujeres. A estas figuras les da una forma curvilínea, ignora las formas angulares y recurre a las ovales, dándole armonía a la composición a partir de ese resultado etéreo, inerte, irreal… Las representa con ojos negros, en forma de almendra, usando tonos pastel pálidos, pero con una mayor variedad cromática. En sus obras se nota la influencia naive de Doganiere Rousseau y características como la ingenuidad, la espontaneidad y la perspectiva personal de la artista propias del naive.
Entre la década de los 20 y los 30 fue una gran retratista de la sociedad aristocrática parisina hasta 1940, cuando su producción disminuyó a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial.
Salvo algunos bodegones de flores y paisajes, Laurencin se centró en pintar a mujeres jóvenes, elegantes, con vestidos sueltos, fondos planos que sugieren jardines o parques. Generalmente son modelos inexpresivos, jóvenes y hermosas, algunas veces sus personajes montan a caballo, otras se acuestan sobre hierba o jugaban con perros. En su estudio retrataba a la sociedad parisina en un mundo de ensueño, como en una realidad idílica, como en Mujeres con un perro y Retrato de la señorita Chanel.


Es evidente que muchas mujeres no hubieran podido dar un paso al frente y dejar atrás el anonimato si no hubiera sido por una figura masculina cercana a ellas. Todo esto es debido a unas condiciones que van ligadas a una mentalidad y una sociedad que se regía por unos parámetros heteropatriarcales que condicionaban el triunfo de muchas de ellas. Cada una ha vivido una situación distinta y cada una de ellas se ha visto condicionada de una manera u otra en su contexto, pero siempre por el mismo motivo.