Los recursos finitos: el agua

recursoagua_enelvertice

Nerea Eguiguren y Selene Serrano

Destrozamos nuestro hogar, y él no sabe ya cómo advertirnos. Los cambios de temperatura bruscos, las tormentas torrenciales o las insoportables olas de calor son algunas de las maneras que tiene el planeta Tierra de decirnos que algo estamos haciendo mal. Los seres humanos llevamos siglos construyendo, talando y deshaciéndonos de residuos al pensar que los recursos son infinitos. Pero, ¿lo son?

Las predicciones al respecto son desoladoras. Después de varias décadas de abusos continuados y con una población cada vez mayor y más consumista, los recursos se terminan al no tener la capacidad de reproducirse al mismo ritmo que las personas los consumimos. 

En el informe realizado en 2018 por GreenPeace, Así nos afecta el cambio climático, se señalan varias consecuencias que afectarán directamente a la península Ibérica como resultado del cambio climático. La desertificación es una de las más serias. Este proceso de degradación del terreno fértil es resultado de la intervención humana, a diferencia de la desertización que es un proceso natural. Según estudios publicados en 2017 por la revista Science llevados a cabo por los científicos Joel Guiot y Wolfgang Cramer, la mitad de la península Ibérica podría ser como el desierto del Sáhara para el año 2090 si la temperatura mundial sigue aumentando al mismo ritmo. 

Así pues, el 75% del suelo es susceptible de sufrir desertificación y un 20% ya puede considerarse desértico. Las causas de esta desertificación son variadas: la sobreexplotación de recursos hídricos, las malas prácticas agrarias, los cultivos intensivos, el sobrepastoreo o la urbanización salvaje e irracional son algunas de ellas. Este abuso humano junto al aumento de la temperatura global son el ambiente perfecto para la degradación del terreno y la pérdida de humedales. 

Aunque la desertificación y la escasez de agua amenacen el futuro de España, otras zonas del planeta sufren procesos mucho más duros y avanzados. Como sucede siempre, las zonas de mayor vulnerabilidad padecen de manera más aguda las consecuencias del cambio climático. ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) estima que cada año se producen alrededor de 20 millones de desplazamientos forzosos por causas climáticas (lo que equivale a que, más o menos, la mitad de la población española tuviese que migrar anualmente). Sus predicciones estiman que sin una acción climática determinada y una reducción del riesgo de desastres naturales, para 2050 podría haber 200 millones de personas que precisasen ayuda humanitaria anualmente. 

La franja situada entre los países del Golfo de Guinea y los del Sahel es una de las que camina hacia la desertificación; y la disminución del tamaño del lago Chad da cuenta de ello cada año. Para poblaciones de recursos económicos limitados y escasas infraestructuras, las sequías o la falta de agua potable son criminales y el resultado se traduce en el desplazamiento interno y, en ocasiones a través de fronteras, de muchas personas. Además, la frecuencia (cada vez mayor) de estos eventos excepcionales (que ya no lo son tanto) impide que estas regiones poco desarrolladas puedan recuperarse. 

En un terreno desertificado, la escasez de agua y los incendios desoladores e imparables son habituales. Pero ese no es el único problema relacionado con este recurso. El agua potable continúa siendo un desafío mundial, ya que 2.200 millones de personas no tienen acceso a ella según Naciones Unidas. Es decir, 1 de cada 3 personas. De nuevo, esto sucede en los puntos de mayor vulnerabilidad del planeta. La brecha entre países “ricos” y países “pobres” se ve incrementada por recursos básicos y completamente necesarios como lo es el agua. De hecho, los países más afectados por su falta se encuentran entre Oriente Próximo y el norte del continente africano.

Los datos, por desgracia, no acaban aquí. Según un estudio realizado por Naciones Unidas hay en el mundo 785 millones de personas sin servicios básicos de potabilidad del recurso. Y, pensando en el futuro, se estima que en 2030 (en 9 años) 700 millones de personas deberán desplazarse debido a una escasez intensa. Y es que la falta de agua, además de lo comentado, lleva a enfermedades mortales más continuamente de lo que podemos pensar.  Las malas condiciones del agua hacen que al año fallezcan 297.000 menores de cinco años. 

Las consecuencias de la escasez de agua son muchas más, según ACNUR esta escasez lleva también a la desaparición de especies vegetales, al hambre debido a la imposibilidad de riego de las cosechas y a conflictos por terrenos más fértiles o con acceso a agua potable. 

Por otra parte, aquellos que han de salir de sus países debido a diversos motivos, las personas refugiadas, tienen también gran cantidad de complicaciones para poder acceder a algo tan básico como el agua potable. Los campos de refugiados no siempre están preparados para la gran cantidad de personas que se están viendo obligadas a migrar. Además de la falta de agua para beber y las enfermedades que se derivan de su escasez, estos espacios se ven amenazados constantemente por el cambio que el clima está sufriendo. Esto hace que continuamente estos campos de refugiados sufran incendios, que queman y arrasan con gran parte del campamento. 

De esta falta de agua participamos todas las personas. No se trata de culpar al individuo, pero sí de tomar conciencia de todo lo que conlleva el agua que aquí parece sobrar. El planeta está llegando a unos extremos nunca vistos y, desgraciadamente, ya no “cualquier detalle basta”, sino que se necesita una sociedad en busca del mejor ambiente posible. El primer paso a dar es ser consciente de la situación privilegiada en la que nos hallamos para, desde ahí, tratar de hacer un uso consciente y responsable del agua que tenemos a nuestro alcance.