Elvira Andújar
Según los datos recogidos por la Organización Mundial de la Salud, más de 700.000 personas se suicidan cada año en el mundo, siendo esta la cuarta causa de defunción en personas de 15 a 29 años. En España, desde el 2008 ha pasado a constituir la primera causa de muerte externa o no natural. Los intentos de suicidio sin éxito, la presencia de ideaciones suicidas o autolesiones son aún más frecuentes, lo cual hace de éste un problema muy grave en nuestra sociedad, que requiere especial atención. La iniciativa de convertir septiembre en el mes de la prevención del suicidio surge como respuesta a esta dificultad, haciendo énfasis en el hecho de que los suicidios no son hechos inamovibles, sino que se pueden evitar. Esta campaña se centra en dar a conocer a la población la gravedad del problema, desmintiendo estigmas y mitos sobre las enfermedades mentales y cuáles son los signos que podrían indicarnos que alguien está pensando en quitarse la vida, para poder actuar en consecuencia. Además, da voz a la necesidad de reforzar los servicios de salud mental en nuestro sistema nacional de salud, para que puedan ofrecer un tratamiento eficaz a todas las personas en riesgo de acabar con sus vidas.
El suicidio está íntimamente ligado a los trastornos mentales. Más del 50 por ciento de los que se llevan a cabo, son cometidos por personas con depresión. Otras aflicciones relacionadas son la adicción o abuso de sustancias, o la esquizofrenia. La ansiedad también aumenta su riesgo, y ya que en muchos casos se da en conjunto con la depresión, el peligro se multiplica. Ligado a esto es importante saber que al principio de un tratamiento antidepresivo puede aumentar el riesgo de suicidio, especialmente durante los primeros 9 días, ya que la medicación necesita un periodo 2 a 3 semanas para producir el efecto buscado. Por ello, es necesario vigilar muy de cerca a estos pacientes, tanto por un profesional, como por su entorno cercano.
Existen dos condiciones que aumentan el riesgo de suicidio en las personas: un mal control de los impulsos y una tendencia a actitudes disfuncionales, como la desesperanza y el aislamiento social. La primera de ellas consiste en un sistema de esquemas que tienen como base unas expectativas negativas sobre el futuro y una imagen desfavorable de uno mismo, y es la principal característica de las personas suicidas. Esta desesperanza, unida a acontecimientos vitales negativos y al aislamiento social puede desencadenar las ideaciones suicidas.
El suicidio es aún considerado un tema tabú, y para muchas personas es algo difícil sobre lo que hablar. Sin embargo, tratarlo como si no existiera sólo agrava la situación, ya que aumenta el sentimiento de incomprensión en los individuos con este tipo de ideaciones, les hace creer que son los únicos que tienen estos pensamientos y que hay algo inherente a ellos que está mal o “roto”. Se suele creer erróneamente que hablar abiertamente del tema puede hacer que se desencadene el acto, o que facilite al individuo quitarse la vida. Sin embargo, este es un paso importante en su prevención; dando a conocer que es un problema real, que afecta a miles de personas en el mundo, y sobre todo hacer saber que tiene solución y se puede evitar hace ver a estas personas que no están solas y que su situación puede mejorar. Esto puede llevarlos a buscar ayuda, algo que en sí es un gran paso en la dirección contraria al suicidio.
Otro error frecuente es pensar que las personas que tienen en mente suicidarse no avisan ni hablan del tema antes de hacerlo. Es muy común que las personas muestren indicios verbales (directos o indirectos) de sus intenciones. Más de la mitad de las personas que acabaron con su vida consultaron con su médico un mes antes del hecho o habían comunicado a alguien sus ideas suicidas. Además, un tercio habían amenazado con acabar con su vida. Esto nos lleva a otra concepción errónea entorno al suicidio, ya que las amenazas de suicidio, donde la persona tiene a su disposición los medios, pero termina no llevándolo a cabo, suelen no ser consideradas como alarmantes ni tomadas es serio, cuando la estadística nos indica que se debería hacer lo contrario, ya que existen probabilidades de que la amenaza si se cumpla en el futuro.
En último lugar, se suele pensar que las personas que se infligen daño a sí mismas (en forma de cortes, quemaduras, etcétera) lo hacen como modo de “llamada de atención” y que no tienen la intención real de acabar con sus vidas. Sin embargo, cerca del 65% de personas que se autolesionan también tienen ideaciones suicidas. Esto nos indica que, a pesar de que el suicidio y las autolesiones son cosas diferentes, estas últimas son un indicio del riesgo de que la persona intente acabar con su vida.
