Lo recursos finitos: la capa de Ozono

Nerea Eguiguren y Selene Serrano

Hace años que se escucha en los medios de comunicación y en la calle que la capa de ozono se reduce. Pero, ¿qué significa eso y qué importancia tiene? El 16 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Se lleva celebrando desde 1994, cuando Naciones Unidas vio la necesidad de establecer un día concreto para la reivindicación de este problema. Sin embargo, es desde hace unos años cuando la importancia de este recurso sale más a la luz que nunca.

La capa de ozono u ozonosfera es una capa gaseosa situada en la estratosfera. Posee una concentración de ozono (O3) muy superior a la superficie, reuniendo el 90% de la cantidad terrestre de este gas. Su misión fundamental es absorber la radiación ultravioleta más dañina que produce el sol. La capa se extiende aproximadamente desde los 10 hasta los 50 km de altura y fue descubierta en 1913 por los físicos Charles Fabry y Henri Buisson. 

La ozonosfera es un recurso natural y finito, como el agua. Se crea de manera natural y tiene capacidad de regenerarse, pero la acción humana puede ser devastadora para ella. El problema principal al que nos enfrentamos es su progresiva desaparición producida por los gases contaminantes que emitimos. Si la velocidad a la que estas partículas se reducen es mayor a su capacidad de regeneración, la capa irá poco a poco desapareciendo por déficit de ozono. 

La radiación ultravioleta (UV) del sol es devastadora y la exposición directa a ella muy perjudicial, así pues, las consecuencias de vivir sin ella son aterradoras, no solo para los seres humanos sino para la mayoría de seres vivos del planeta. Para las personas, la exposición creciente a estos rayos puede reprimir el sistema inmunológico y provocar enfermedades en la piel (melanomas, cánceres), además de problemas oculares como cataratas o cegueras. Las plantas y los animales también se enfrentarían a problemas. Muchas cosechas se volverían más vulnerables y algunas plantas podrían cambiar su composición química. Los organismos acuáticos, especialmente los más pequeños o los que habitan en la superficie del agua, se verían profundamente dañados. Como resultado de su disminución o desaparición el resto de animales marinos que se alimentan de ellos se enfrentarían a grandes problemas. 

Merece la pena atender también al daño que se provocaría en muchos materiales que utilizamos habitualmente. Muchos materiales, como la madera, el caucho, el plástico o la pintura, se degradan con la radiación. Por último, es posible destacar un aumento en el nivel de smog superficial (nubes bajas provocadas por dióxido de carbono, hollines y humo) que es, en sí mismo, muy dañino para la salud humana y el medio ambiente. 

Así, esta capa ha estado (y está) sufriendo grandes daños. Hace algunas décadas se encontró un enorme agujero en el Ártico, en el Hemisferio Norte. Este es uno de los agujeros que se crea anualmente en esta capa gaseosa. Sin embargo, no todo está perdido, ya que este agujero está disminuyendo su tamaño igual que lo hacen otros. El movimiento de estos es continuo, cada año se forman nuevos agujeros sobre todo a la llegada de la estación primaveral. Esto acostumbra a suceder en las regiones más extremas de la tierra: en el Ártico y en la Antártida. De hecho, es en la Antártida donde se ha registrado el más grande hasta la fecha el verano del 2020, con una magnitud nada más y nada menos que de 24 millones de km cuadrados. 

Pese a esto, la comunidad científica no se ha mostrado especialmente negativa ya que se ha llevado a cabo una reducción a gran escala de los gases que son dañinos para la capa de ozono. Debido a la observación de estos agujeros, junto con el descubrimiento de la importancia de preservar esta capa, en el año 1987 se firmó el Protocolo de Montreal. En él, se especificó la necesidad de preservar este recurso y para ello se establecieron unas medidas específicas dirigidas sobre todo al fin del uso de los gases tóxicos que contribuyen a su desaparición. 

De todos modos, el daño que se ha hecho a la capa de ozono es inmenso, por lo que se espera una lenta recuperación. Si la recuperación continúa el ritmo que lleva, se estima que quizá para el año 2060 pueda regenerarse hasta la de los polos, que es la más dañada. En cuanto a qué hacer como individuos para ayudar, son muchas las pequeñas acciones que cuentan: un uso menos intensivo de los coches, buscar productos (de limpieza, de protección solar, de cuidado de la piel…) que no lleven tóxicos y que no sean dañinos para el medio ambiente, tratar de consumir producto local para evitar transportes de mercancías innecesarios… Sin embargo, como sabemos, no es solo la acción individual la que puede salvar los recursos. Es necesario que se sigan haciendo políticas como el Protocolo de Montreal en las que se prohiban aquellos productos dañinos para la capa de ozono. Son muchos los productos que acaban con esta capa protectora que siguen en el mercado, por ello, además de que el consumidor mire la etiqueta, es preciso que dejen de estar en venta. 

El cambio climático, acelerado irremediablemente por la acción humana (y todavía negado por algunos sectores de la sociedad) nos deja escenarios escalofriantes. La comunidad científica lleva años alertando sobre la necesidad de revertirlo y muchos de ellos ya afirman que determinados daños no tendrán solución. Sin embargo, la recuperación de la capa de ozono puede alimentar ligeramente nuestro optimismo. Así pues, si la sociedad actúa en conjunto y amparada por la legislación para revertir los efectos de la contaminación , los recursos podrán recuperarse poco a poco.