La cultura occidental de la positividad y del compromiso: por qué no es beneficiosa para nosotros

Fuente: Pixabay

La creencia de que deberíamos estar totalmente dispuestos a aceptar a los demás y a mostrarnos tan afirmativos como sea posible, ha aumentado en muchos de nosotros. ¿Cuántas veces habrás fingido que algo te gusta? ¿sonreído a un extraño? o ¿cuántas veces has dicho sí a un plan que no te apetecía nada? 

La cultura occidental de la positividad y del compromiso tiene sus orígenes en el Oeste “libre” donde había abundancia de oportunidades económicas; tantas que se volvió más valioso presentarse de una cierta forma, incluso si era falsa, antes que mostrarse como uno es. Finalmente, la confianza perdió su valor. Las apariencias y el arte de vender se transformaron en maneras de expresión más ventajosas. Por eso, sonreír y enunciar frases cordiales se convirtió en lo habitual en las culturas occidentales; decir mentiras y estar de acuerdo con alguien, aunque no lo estés. La gente aprendió a fingir que es amiga de gente que no le caía bien. El sistema económico promovió esta clase de engaño y los ciudadanos comenzaron a comprar cosas que en realidad no querían. 

Estas falsas delicadezas y telarañas verbales de cortesía provocaron desconfianza hacia nuestro entorno, puesto que nunca llegábamos a saber si podíamos confiar en la persona con la que estábamos hablando. A veces, esta falta de confianza se daba entre familiares o amigos. 

En nuestra cultura sentimos una necesidad constante de justificar nuestras acciones a los demás. Esto nos afecta a la hora de reconocer nuestros fallos y aceptar bien las críticas. La construcción de una imagen positiva de nosotros mismos puede llegar a producir un estado de malestar. Las personas que viven así están en permanente estado de alerta y esto repercute en su capacidad de razonamiento. Más que afectarles el hecho de haber provocado daño a alguien, les afecta que esa persona pueda quedarse con una imagen negativa suya.

Baja autoestima e inseguridad

Dentro de la cultura de la positividad y del compromiso, podemos encontrarnos dos tipos de personas diferentes. Por un lado, encontramos personas inseguras, con baja autoestima y conductas generalmente sumisas. Estas son personas que no saben decir no, sienten la necesidad de complacer y ayudar siempre a los demás, lo cual a largo plazo les genera un gran sufrimiento.

Por otro lado, hay otro tipo de personas que adaptan sus conductas en función de lo que los demás puedan pensar de ellas, pero al contrario que las anteriores, no buscan ayudar ni satisfacer las necesidades de los otros, sino generar en los demás una imagen positiva. Ambos tipos de personas tienen inseguridad y miedo al rechazo. 

La comunidad falazmente amigable sigue hoy haciéndonos más inseguros entre nosotros. El bloguero estadounidense Mark Manson advierte en su libro El sutil arte de que (casi todo) te importe una mierda la presión en Occidente por agradar: “La gente con frecuencia reconfigura totalmente su personalidad, dependiendo de la persona con la que esté tratando”. 

Otras culturas

Una de las posibles “soluciones” para combatir la cultura de la positividad y del compromiso es viajar. Viajar es la herramienta que nos puede aportar desarrollo personal, ya que desechamos los valores de nuestra cultura y observamos cómo otras sociedades pueden vivir con valores distintos a los nuestros y aun así funcionar. “Esta exposición a diferentes valores culturales y parámetros, te obliga a reexaminar lo que parece obvio en tu vida, y a considerar que quizá no es necesariamente la mejor manera de vivir”, asegura Manson.

El escritor habla en su libro sobre una experiencia personal que le llevó a reflexionar sobre sus propios valores. Manson viajó a Rusia. El primer día que llegó al país conoció a una mujer, estuvieron hablando durante horas hasta que ella le dijo: “Todo lo que estás diciendo me parece una estupidez”. El bloguero se quedó en silencio durante unos segundos. Tras conocer a varias personas más se dio cuenta de que en realidad, no había nada combativo en la forma en que la joven expresó su opinión, solo estaba hablando con naturalidad.

En Occidente este tipo de franqueza es vista como algo ofensivo, en especial si proviene de alguien que acabas de conocer. Sin embargo, el escritor se dio cuenta de que la honestidad es la forma más verdadera de la palabra: “Comunicación sin condiciones, sin ataduras, sin motivos ulteriores, sin tratar de vender algo, sin un intento desesperado por caer bien”.

Para ralentizar esta necesidad de “quedar bien” con todo el mundo, y deshacernos de una imagen falazmente positiva, debemos establecer un hábito en el que incluyamos el sentimiento del rechazo. De esta forma, nos veremos sometidos a escuchar también aquello que no queremos escuchar y aprender de ello para crear nuevos valores y propósitos: “Si nada es mejor o más deseable que otra cosa, entonces estamos vacíos y nuestra vida no tiene sentido”. El rechazo se acabará convirtiendo en nuestro gran aliado para liberarnos del compromiso.