¿Por qué no conmemoramos la vida y no la muerte?

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Las necrológicas (según la RAE, de ‘necrología’: Noticia comentada acerca de una persona muerta hace poco tiempo) son un instrumento muy útil para el periodismo. A menudo la prensa hace perfiles para personas y las prepara para cuando estas fallezcan. Pero, ¿por qué no publicarlas cuando están en vida?

La bondad y la solidaridad parecen que carecen en un mundo cada vez más individualista. Mientras muchos de los discursos se convierten en una lucha del “y tú más”, son muchas las personas a las que admirar en el mundo actual. Almudena Grandes, escritora recién convertida en Hija Predilecta de Madrid (pese a las reticencias del alcalde), podría haberlo sido unos meses antes, cuando estaba en vida, y lo hubiese podido disfrutar. De este modo, igual que las flores llegan tarde a los tanatorios, los agradecimientos populares llegan tarde a las páginas de los diarios y a las instituciones.

Agradecer a alguien la labor social que hace (con premios, como el Premio Nobel de la categoría que sea) es algo que se hace en vida porque es una manera de mostrar admiración. La necrológica también lo es, pero llega tarde. Ojalá la persona que a la que va dedicada pudiese leer cómo queda un resumen de los hitos de su vida, una recopilación de hechos que han gustado a su público, y a los que no son su público.

A menudo los artistas son reconocidos una vez fallecidos, y eso debería cambiar. Una defunción no debería ser el motivo por el que la gente se lanza a las librerías o a las tiendas de discos (según el caso) a comprar el legado del artista o persona importante. Quizá, y solo quizá, podría establecerse una fecha importante para ello. Su cumpleaños, por ejemplo. ¿Qué pasaría si, en lugar de una conmemoración por su muerte, se hiciese una conmemoración por su vida? Vayamos todos y todas a comprar a nuestros artistas favoritos el día de su cumpleaños, tiñamos su vida de agradecimiento, y no solo su muerte.