Andrea Merino García
La película de Netflix Dos dirigida por Mar Targarona, quien produjo películas como El Orfanato (2007) y dirigió otras como El fotógrafo de Mauthausen (2018), narra la historia de Sara (Marina Gatell) y David (Pablo Derqui), dos desconocidos que a priori no tienen nada en común, pero amanecen en una habitación desnudos sin recordar cómo llegaron hasta ahí y, lo más extraño, cosidos por el abdomen.

La historia tiene una trama inquietante, un tema poco recurrente y arriesgado, una estética llamativa y un trasfondo del que podemos obtener algunas referencias cinematográficas muy interesantes.
Desde el principio la película suscita dudas tanto en los protagonistas como en el propio espectador, pasando este a ser uno más en la historia, pues tampoco tiene más información que los propios personajes. Son pocas las veces en las que el público observa con distancia lo que sucede en la trama. En general, el espectador vive en primera persona la historia, de ahí que la mayor parte de la serie se cuente en primeros y medios planos o planos detalle. Esta estrategia provoca una sensación claustrofóbica en todos los involucrados, persiguiendo las respuestas necesarias y salir de la habitación.

Hablamos de una película de extremos que traslada las emociones de los protagonistas al propio ritmo de la misma, pasando de un momento agitado y acelerado a uno pausado y lento, dependiendo de en qué punto se encuentren. Todo esto obliga a que el espectador se mantenga activo durante el relato porque no sabe en qué momento la trama puede dar un giro de 180 grados.
Los hermanos siameses
Se descubre el misterio y todo converge en un mismo punto: los hermanos siameses. Sara y David son hermanos y nacieron pegados. Al morir su madre en el parto, decidieron separarlos, tanto a nivel corporal como a nivel familiar, y cada uno siguió su propia vida. Fue su padre biológico el que decidió volverlos a reunir (y a unir) de forma paranoica y bastante tétrica.
Este giro tan repentino es muy arriesgado debido a que es un tema poco recurrente del que cinematográficamente no hay demasiados ejemplos. Sin embargo, desde un punto de vista histórico es un tema con muchos archivos acerca de este tipo de partos. La parte de los créditos al final de la película se ha utilizado para incluir muchas imágenes sobre casos reales de hermanos siameses que llaman mucho la atención.
El hecho de recurrir a este tema supone un arma de doble filo. Por un lado, habrá quienes puedan apreciar el esfuerzo y el encontrase con algo tan poco frecuente en las películas, pero, por otro, puede provocar desilusión buscando una razón más apoteósica.
El cierre de la película se realiza de forma poética. Aunque quedan dudas sin resolver (por qué están en un lugar tan aislado y nevado, por qué el padre biológico le ha suplantado la identidad al marido de Sara, etc.), la última imagen que vemos de estos hermanos los muestra a través del símbolo del YING y el YANG, siendo así el punto y final de la historia. Ella tirada sobre la blanca nieve en el intento de salir a buscar ayuda una vez ha conseguido separarse de David, él tirado en el oscuro suelo del sitio donde los tenían encerrados. Una forma muy poética (aunque algo fantasiosa) de decir que ambos estando separados están condenados a morir. De este hecho, también podemos extraer la idea, aún más poética, sobre la dualidad del ser humano y de cómo los polos opuestos pueden completarse: luz y oscuridad, día y noche, hombre y mujer.
Efectos cinematográficos
Centrándonos desde un punto de vista puramente cinematográfico, esta película se apoya en recursos y técnicas clásicas que se han explotado hasta la saciedad desde el nacimiento del cine, lo que provoca que se nos vengan a la memoria algunos de los títulos que hicieron historia y que no pasan de moda.
Podríamos decir que no existe parte del cuerpo más expresiva ni que refleje tan bien las emociones de quien las vive como los ojos.
Empezamos con el plano que abre la película, probablemente uno de los planos más utilizados en la gran pantalla: un plano detalle de un ojo. Del mismo estilo se nos pueden venir rápidamente otros ejemplos muy famosos como Un perro andaluz de Luis Buñuel (1929), Psicosis de Alfred Hitchcock (1960), La Naranja Mecánica de Stanley Kubrick (1971) o Blade Runner de Ridley Scott, (1982). Podríamos decir que no existe parte del cuerpo más expresiva ni que refleje tan bien las emociones de quien las vive como los ojos. Será por eso que se dice que los ojos son el reflejo del alma.

Por otro lado, encontramos el Dolly Zoom (ilusión óptica causada por el acercamiento o alejamiento de la lente de la cámara mientras esta se mueve hacia delante o hacia atrás), y lo vemos en el momento en que Sara se percata de que el que supuestamente está detrás de toda la locura que está viviendo es su marido, Mario.
El efecto vértigo como también se le denomina a esta técnica, fue utilizado por primera vez en la película Vértigo de Alfred Hitchcock en 1958, aunque no se empezó a democratizar hasta mediados de los años 70 en películas como Tiburón de Steven Spielberg (1975), llegando incluso hasta la animación como es el caso de Ratatouille de Brad Bird (2007). Esto se debe a que, aunque no es un truco especialmente complicado de realizar, es necesario tener un zoom muy suave para poder hacerlo bien, algo con lo que no contaban todos los equipos.

A lo largo de toda la película encontramos otros recursos típicos como son los planos subjetivos para ponernos en la piel de los personajes, los planos picados que nos trasladan de una estancia a otra, y un juego intermitente de siluetas a contraluz, clave en el cine negro de los años 40 y técnica que nos ha regalado planos espectaculares que se han quedado grabados en nuestra memoria desde Lo que el viento se llevó de Víctor Fleming (1939) hasta ET. El extraterrestre de Steven Spielberg (1982). Incluso, la habitación en la que se encuentran encerrados Sara y David tiene una paleta de colores muy llamativa y concreta basada en tonos amarillos, verdes y rojos, casualmente los mismos colores que conforman la paleta de Amélie de Jean-Pierre Jeunet (2001).

Pero si algo cabe destacar de toda la película son los cuerpos desnudos y la recurrencia constante al reflejo de los espejos, algo que nos traslada, casi de forma automática, a Soñadores de Bernardo Bertolucci (2003). Desde luego, las tramas no pueden ser más opuestas, pero el contraste del uso del reflejo de los espejos y el contacto piel con piel permiten una asociación casi instantánea. Al estar observando los cuerpos desnudos, pierden esa parte sexista y erótica a la que se nos tiene acostumbrados. Pasa a ser la piel la que nos protege, la que nos permite sentir el contacto con el resto, algo banal, pero a la vez muy bello.

No llegaremos a comprobar si todo lo anotado anteriormente es fruto del azar o si realmente la directora, Mar Targarona, quería hacer un homenaje a algunos de los grandes clásicos del séptimo arte. Lo que está claro es que, sea intencionado o no, te permite disfrutar de la incertidumbre y la tensión que suscita la trama y, al mismo tiempo, una asociación a todas esas películas que hicieron historia y que jamás pasarán de moda.