Elvira Andújar Castillo
Actualmente, la industria del cine de terror parece estar en su punto álgido. La adaptación de la novela IT de Stephen King en 2017 generó 700.4 millones de dólares en venta de entradas, siendo la película de terror más exitosa en este aspecto. El público parece que demanda cada vez más este género audiovisual. Lo que lo hace único es que su principal objetivo es generar asco, impresión y miedo en sus espectadores. Todos hemos experimentado miedo alguna vez, pero, ¿alguna vez os habéis preguntado que es lo que está pasando mientras en vuestro cerebro?
El miedo es un mecanismo protector, con un claro valor evolutivo, ya que nos sirve para actuar frente a posibles amenazas para nuestra salud física y psicológica. Para ello, esta compleja sensación nos permite movilizar los sistemas musculoesqueléticos, cardiovascular y endocrino, además de reclutar algunos procesos cognitivos como la atención y la memoria. La cascada de procesos que tienen lugar en nuestro cerebro cuando tenemos miedo tarda menos de medio segundo en ocurrir, y, dado su gran valor protector, es capaz de superponerse a otras emociones positivas, lo que explica que sea capaz de tomar el control completo de nuestro cuerpo.
El circuito del miedo en nuestro cerebro actúa a distintos niveles, y está constantemente evaluando las amenazas de nuestro entorno, para determinar su proximidad y severidad. Cuando estamos en contacto directo con la amenaza, una parte de nuestro cerebro llamada mesencéfalo, pone en marcha respuestas automáticas de “lucha o huida”. Además, otros sistemas de mayor complejidad —situados en la corteza frontal— entran en juego cuando la amenaza aún no es inminente, previniendo y planificando una respuesta de evitación. Cuando estamos en situaciones que nos asustan, solemos sentir nervios e intranquilidad, sensaciones que resultan de la interacción de éstos dos sistemas. Cuando encontramos por ejemplo una araña surgen dos reacciones. Por un lado, queremos acercarnos a ella para sacarla de nuestra casa o matarla —así lo planea nuestra corteza frontal—, mientras que al mismo tiempo los circuitos del mesencéfalo nos intentan alejar de la araña.

Otra estructura implicada es la amígdala. Una de sus funciones es reconocer los estímulos peligrosos e información contextual relevante. Por ello las personas que han sufrido un daño en esta zona del cerebro no son capaces de reconocer sonidos o expresiones faciales de miedo. También tiene un papel importante en generar la experiencia de miedo, por ello quienes la tienen afectada son incapaces de sentirse asustadas en situaciones peligrosas.
En la experiencia de miedo también interviene la ya mencionada corteza frontal, generando la sensación consciente de miedo. Además se encarga de regular las respuestas emocionales, y es incluso capaz de inhibir a la amígdala. Las sensaciones corporales que experimentamos cuando estamos asustados están mediadas por otras dos estructuras, la corteza somatosensorial y la ínsula.

Entonces, ¿qué es lo que pasa exactamente en nuestro cerebro cuando vemos películas de miedo? Las respuestas automáticas suelen ocurrir antes y más deprisa que el procesamiento de la información del contexto seguro en el que nos encontramos, y por eso nos sentimos asustados, a pesar de que sabemos que no estamos cerca de ninguna amenaza. Mientras vemos una película de terror, experimentamos una sensación de “miedo agradable”, que es el resultado de la interacción entre los circuitos automáticos, que nos hacen sentir asustados primero, y los sistemas ejecutivos y de memoria que nos confirman constantemente que estamos seguros.
El hecho de que nos gusten las películas de miedo parece contraproducente, ya que la propia emoción nos lleva a evitar los estímulos que la causan. Y entonces, ¿por qué las vemos? No parece haber mucha investigación sobre este tema, y la respuesta aún no es clara.
Algunos autores proponen que el suspense —y la resolución de éste— son una clave fundamental en esta pregunta. En su teoría de transferencia de excitación, Zillmann plantea que la sensación de disfrute de las películas de terror se deriva del suspense, definido como «la tensión creada antes de la aparición de una amenaza». Cuando la amenaza se resuelve, la emoción negativa se transforma en euforia. A pesar de que hay estudios que apoyan ésta teoría, no explicaría por qué nos gustan las películas en las que los protagonistas mueren o que no tienen un final feliz. Por otro lado, existen estudios que demuestran que disfrutamos por igual cuando el suspense no se resuelve.
Otros autores proponen que la gratificación de éstas películas deriva de la presencia de destrucción, excitación e impredecibilidad. Según esto, el disfrute y la búsqueda de este tipo de películas dependería de las necesidades específicas de estimulación y de la satisfacción tras conseguir la gratificación. Algunas investigaciones proponen que no es el propio material el que proporciona la gratificación, sino que diferentes tipos de personalidad y las diferencias en algunos rasgos psicológicos (como la empatía o la búsqueda de sensaciones fuertes) hacen que se disfruten estas películas y que se busque verlas activamente.
Por otro lado, se ha propuesto que el propio nivel de activación es reforzante en si mismo. En psicología, al nivel de activación se le denomina “arousal”, y un refuerzo es un estímulo que nos provoca sensaciones positivas, y por tanto, cualquier cosa que esté asociado a él se volverá positivo. Ver una película de terror conlleva un arousal, independientemente de cómo se resuelva, y por eso disfrutamos de ella. Dado que este nivel de activación nos resulta placentero, nos motiva a seguir viendo para mantener el mismo nivel de arousal.
References
Martin, G. N. (2019). (Why) do you like scary movies? A review of the empirical research on psychological responses to horror films.Frontiers in Psychology, 10, 2298.
Nummenmaa, L. (2021). Psychology and neurobiology of horror movies.
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Zillmann, D., & Tannenbaum, P. H. (1980). Anatomy of suspense.The Entertainment Functions of Television, , 133-163.