El concepto de familia tiene un significado cambiante. Pese a que cada individuo piensa en un tipo de familia concreto, es un término que ha llevado a muchas definiciones y que se ha “modernizado” en los últimos años. En realidad, en el imaginario podemos llegar a muchos y diversos tipos de familias que, si bien llevan años existiendo, algunos han necesitado —y necesitan— más voz para ser reconocidos como tal.
La Real Academia Española define familia en sus dos primeras acepciones como “Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas” y “Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje”. Esto, desde un inicio, puede ser confuso. ¿Al no vivir con un familiar deja de serlo? Claramente no. Pero es que definir “familia” es realmente complicado. Antes, contabilizar matrimonios era algo relativamente sencillo. Sin embargo, en nuestros días, las segundas nupcias (o las parejas que no están casadas) son realidades de lo más comunes.
Aunque no vamos a adentrarnos en las tipologías de familias —que son todo un tema—, podemos pasar por encima de algunas de ellas para ver el cambio estructural que se ha dado con respecto a antaño. Evidentemente, y como hito en nuestro país, el matrimonio homosexual es legal —y menos mal— desde el año 2005. Así, se ha reconocido un modelo de familia hasta entonces silenciado. Además, cada vez es más común hablar de familias monoparentales. De nuevo, esto no significa que antes no existiesen sino que no se les daba el mismo espacio en cuanto a reconocimiento y derechos que actualmente. Por otra parte, la cantidad de divorcios también ha aumentado. En 2021 hubo 86.851 divorcios, mientras que en 1990 se hablaba de una cifra mucho menor, 23.191. En este caso, hay que destacar que desde aproximadamente 2006 el pico ha ido bajando, registrando en ese año un total de 126.952 divorcios, el dato más alto registrado según el Instituto Nacional de Estadística (INE).
En cuanto a las familias “tradicionales”, hay que destacar algunos cambios. La entrada —ya no tan reciente— de la mujer en el mundo laboral ha ayudado a desestabilizar el sistema de familias. Los cuidados se están poniendo en entredicho y el peso empieza a estar algo más compensado —aunque aún queda mucho camino por recorrer—. Además, está desapareciendo el “rol estricto de padre” (la idea de hombre como único protector tanto de la mujer como de los hijos e hijas).
Con todos estos cambios, es el momento de pensar qué peso tiene en realidad la familia y dónde debemos colocarla. Desde la niñez se enseña que la familia es algo muy importante. Esto tiene un fundamento real y es que en España la familia es uno de los mayores sustentos. Es decir, en España las políticas cuentan con la estructura familiar. Es uno de los países que lleva el concepto más lejos, ha calado incluso en el Estado del bienestar. Se ha podido ver en la crisis de 2008, cuando familias se unían en una sola casa para reducir los costes, o cuando los más mayores sostenían a su familia con su propia pensión.
Sin embargo, cada familia es un mundo y no pertenece más que a uno o una misma mirar hacia dentro para ver cuáles son las necesidades concretas. Y es que más allá de todos los marcos teóricos, la realidad es que un familiar puede no ser de tu agrado por un abanico infinito de posibilidades. Y no está mal.
Violencia en la familia
Aunque sea una realidad con la que darse de bruces es duro, la violencia en la familia existe y es mucho más común de lo que parece. Se tiende a enseñar a niños y niñas que el peligro está fuera, que en casa están seguros y seguras y que nada puede pasar con la familia. Aunque ojalá fuese cierto, para muchos pequeños la casa no es un lugar seguro. Según la Fundación Anar, casi la mitad de los abusos sexuales a niños y adolescentes son cometidos por un familiar. El estudio realizado en 2021 va más allá y determina que el padre es el agresor más frecuente (23,3%), después de él, la pareja de la madre (5,4%) y con el mismo porcentaje el tío (5,4%).
Así, dentro de la familia también hay un riesgo (no solo para los más pequeños) de sufrir todo tipo de violencia. Por ello, es realmente importante educar en la comunicación y enseñar a que contar aquello que sucede no debe dar miedo, sino al contrario. Comunicar que algo no va bien, que algo da miedo o que alguien está haciendo algo que no gusta forma parte de una educación que se debe recibir. De todos modos, son muchos los contenidos que están floreciendo en este aspecto: aprender la palabra ‘no’, dar crédito a lo que piensan y dicen los infantes, etc.… Aunque queda mucho camino, cada vez se da más importancia a que ese monstruo que tanto tememos pueda estar en casa.