Alberto Palomo
El dolor es una sensación desagradable que puede tomar distintas formas y expresiones, como un pinchazo, una presión, un hormigueo o molestia. El dolor puede ser agudo o crónico. Puede ser constante o intermitente. Puede sentirse en una zona específica o generalizada, o puede localizarse -en un principio- en un sitio específico e irradiarse por otras zonas, como ocurre con el dolor torácico producido por un infarto que se irradia al hombro. Sin embargo y a pesar de ello, el dolor es de gran utilidad ya que puede ayudar a diagnosticar un problema o puede mostrar diferentes enfermedades.
Otro tipo de dolor, cada vez más un poco más visible, es el dolor psicológico. Este tipo de dolor posee una naturaleza difusa de lo que ocurre en nuestra mente. En momentos actuales en los que la expresión “salud mental” está en boca de todos, también el concepto “dolor psicológico” debe ser igual de importante. ¡Ojo! Que sea psicológico, no significa que el paciente no lo sienta realmente y pueda ser igual de incapacitante como otros tipos de dolor. La diferencia está en el tratamiento.
Sin embargo, el dolor, aunque sirva para el diagnóstico de patologías, sin analgesia y tratamiento para la desaparición de esta desagradable sensación, puede resultar muy molesto para la persona.
Como decíamos podemos diferenciar esta dolencia en función del tiempo de aparición del dolor: dolor agudo y crónico. La Asociación Internacional para el Estudio del Dolor (IASP), junto la Organización Mundial de la Salud y la Federación Europea de Secciones de la IASP, consideran al dolor crónico como una de las mayores amenazas para la calidad de vida a nivel mundial a medida que aumenta la esperanza de vida. Puede producirse por enfermedades que afectan a cualquier nivel del organismo, y de ello dependerá cómo le haremos frente.
En cuanto al tratamiento para el dolor agudo solemos diferenciar entre analgésicos opiáceos y no opiáceos. Entre estos últimos fármacos encontramos los más famosos que son: Paracetamol, Ibuprofeno, Naproxeno, Dexketoprofeno o más conocido como Enantyum, la Aspirina y opioides como la Codeína, Tramadol, la Morfina… Entre muchos otros.
Las personas con dolor crónico tienen más síntomas depresivos y de ansiedad que otros grupos, aunque a veces es difícil diferenciar dónde acaba la enfermedad y dónde empiezan estos síntomas sobreañadidos
¿Pero, cómo se vive con un dolor constante, con un dolor crónico? Vamos a explicaros algunas características de este tipo de dolor con la ayuda del testimonio de Cristina, una estudiante de 27 años que padece desde hace 13 años migraña.
La migraña es un tipo de cefalea producida por las terminaciones nerviosas de las meninges y gran parte de la piel de la cabeza. Se produce una inflamación de estas terminaciones que es la que genera la sensación dolorosa y los síntomas acompañantes.
A pesar de que el dolor es subjetivo y cada persona lo siente de una forma, la característica común es que condiciona mucho el día a día y la calidad de vida. Cristina afirma que “vivir tu adolescencia y juventud con dolor es lo peor del mundo. ¿Puedes imaginarte tener dolor todos los días de tu vida? Desde que la enfermedad llegó a mi vida me he empeñado en que sea lo más normal posible. Os engañaría si os dijera que eso ha sido factible”.
Cuando aparece una enfermedad, uno de los principales problemas al que hacen frente los pacientes es adaptar su vida a esta nueva situación. En palabras de nuestra entrevistada “llega sin avisar y arrampla con todo […]. Cuando el dolor pasa a formar parte de tu día a día, no recuerdas el último momento sin él […], compruebas que no puedes estudiar, hacer planes, que cualquier cosa que hagas siempre conlleva un precio en sufrimiento a pagar”.
Por si fuera poco, además de afectar al día a día, suele afectar a las emociones, a la motivación de las personas. Las personas con dolor crónico tienen más síntomas depresivos y de ansiedad que otros grupos, aunque a veces es difícil diferenciar dónde acaba la enfermedad y dónde empiezan estos síntomas sobreañadidos: “Cuando el dolor es tan insoportable que pierdes el conocimiento, cuando pierdes amigos que no entienden que no es solo un dolor de cabeza, cuando empieza a afectar emocionalmente”.
Si las reacciones de las personas cercanas pueden rozar la incomprensión, esta sensación se hace más notable al hablar de instituciones, puestos de trabajo… y la sociedad en general. “Sueño sin tener que dar explicaciones porque mi dolor no se ve […], donde se reconozca la discapacidad que supone vivir con migraña crónica”.
Cristina continúa asegurando la necesidad de “concienciación social y sanitaria, la inversión en investigación, la creación de más unidades de cefaleas”. Aunque despacio, cada vez es más frecuente ver en los hospitales equipos multidisciplinares para abordar las enfermedades crónicas, así como unidades del dolor progresivamente mejor dotadas. Este tipo de unidades mejoran el tratamiento, ayudan a los pacientes a más niveles que una mera consulta con el especialista.
A pesar de la falta de visibilidad, apoyo e incluso, incomprensión, se han intentado crear ciertas iniciativas cuyo objetivos no son otros que hacer un llamamiento a la necesidad de encontrar un alivio y solución al sufrimiento que padecen estas dolencias. Es tal el número de pacientes que acuden por dolor a la atención primaria que la OMS ha solicitado que el dolor crónico sea considerado una enfermedad.
El testimonio de Cristina no es sino el de otras muchas personas que también sufren de dolor crónico, un dolor con el que tendrán que convivir, que nos recuerda las dificultades que pone la vida, que ponen de manifiesto la necesidad de una sociedad empática y comprensiva, que cuide y respete. Esperamos que este artículo y las palabras de nuestra entrevistada os ayuden a entender mejor la carga que soportan las personas con dolor crónico, y la necesidad de que tanto los servicios de salud como otras instituciones dispongan para los pacientes más medios de atención y ayuda.