Nerea Eguiguren y Anabel Cuevas
Este martes 15 de noviembre fue establecido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el Día Mundial sin Alcohol. ¿El objetivo? Dedicar un día a fomentar la responsabilidad en el consumo de alcohol, especialmente entre los jóvenes.
En muchos países occidentales el consumo de alcohol está extendido y aceptado culturalmente. Es común que las bebidas alcohólicas estén en los contextos de socialización de diversas edades, incluso entre menores. Un 13% de la población española mayor de 15 años toma bebidas alcohólicas cada día, según una encuesta realizada por la European health interview survey (EHIS). Esto nos coloca como el segundo país de toda la Unión Europea en el consumo de alcohol -no en cantidad, sino en frecuencia-.
Socialización alrededor del alcohol
A lo largo de los años se han hecho diversas investigaciones que han estudiado el contexto social y cultural que fomenta el consumo. Alejandro Moral, graduado en Terapia Ocupacional, señala en su artículo Alcohol y socialización que en España “cuando nos juntamos con nuestros amigos en un bar, en la mayoría de los casos, hay un ingrediente principal que es la bebida, ya sea de cualquier tipo, pero seguramente haya alguna con alcohol”. Esto al final marca nuestras relaciones sociales. Moral pone el foco también en el consumo recreativo del alcohol, “una tendencia por la que se tiende a normalizar el consumo de esta sustancia como articulador del tiempo libre y de carácter social”.
Esta interiorización de las bebidas alcohólicas como parte de nuestra socialización marcan tanto a los jóvenes como a los adultos, haciendo que en muchas ocasiones nuestras relaciones o interacciones sociales se vean atravesadas por el alcohol. Pero, ¿qué pasa con la gente que no bebe alcohol? En una sociedad donde su consumo está extendido y normalizado, estas personas pueden sufrir discriminación, burlas, cuestionamientos o problemas de adaptación.
Presión social contra las personas abstemias
“Hay mucha presión social en torno al consumo de alcohol. No aporto nada nuevo diciendo esto, aunque creo que no somos plenamente conscientes del problema. Diría incluso que a menor edad, mayor presión”, explica Marta Díaz. Tiene 23 años y nunca ha consumido alcohol. A pesar de que su decisión es firme siempre ha tenido que responder a preguntas constantes sobre su abstinencia. “Soy abstemia porque sí, no hay ningún trauma o enfermedad que justifique (porque sí, hay que justificar) mi decisión”. En esta misma línea, Paula Jiménez afirma que es abstemia “porque no me gusta el alcohol, no es por un trauma o que me haya pasado algo malo, simplemente lo he probado y es una cosa que no me gusta, me desagrada”.
Como ellas hay muchas otras personas que deciden no incorporar el alcohol a sus vidas. Según datos de la Encuesta Nacional de Salud España (ENSE) de 2011-12, el 34% de la población adulta (mayor de 15 años) no tomó bebidas alcohólicas en el último año: un 22,6% de los hombres y un 45,7% de las mujeres. Otro estudio de Premap Seguridad y Salud del año 2016 apuntaba que el 37% de la población laboral aseguraba no consumir alcohol en su día a día: un 54% de mujeres frente a un 29% de hombres.
Oponerse a beber alcohol e ir contracorriente de lo que hacen las personas que te rodean, especialmente a ciertas edades, es difícil. “Siento que para oponerse a beber hay que asumir la soledad o tener un montón de privilegios alrededor, necesitas como una identidad muy fuerte o algo muy carismático. Sino creo que es acabar totalmente excluido y asumir la exclusión debe ser muy duro”, afirma Richi, un joven que nunca ha consumido alcohol. “Mucha gente me dice que lo necesita para no ser tímido o para poder socializar. Y eso, hace que la gente esté menos atenta a lo que pasa, que sea más difícil cuidar a alguien si hace falta, demandas más atención o incluso haces a tus colegas parar porque no te tienes en pie”, continúa.
En cualquier caso, la presión social que reciben las personas que no consumen alcohol no viene solo de individuos, sino que es el propio sistema el que anima a socializar en torno al consumo de bebidas alcohólicas. “Es más barato pedir una cerveza que un refresco en un bar, hay ofertas que solo funcionan con bebidas alcohólicas… Por no hablar de las entradas a precio único con barra libre incluida que tenemos que pagar quienes no vamos a hacer uso de ella”, afirma Marta. Paula recalca que el alcohol no deja de ser una droga, “una droga que está muy bien aceptada socialmente”, pero una droga al final. Por ello además de señalar la socialización que existe en España alrededor del alcohol, señala los peligros que puede tener esta práctica.
¿Qué problemas derivan de un consumo excesivo de alcohol?
El consumo excesivo de alcohol está relacionado con muchas enfermedades crónicas, como la cirrosis hepática, enfermedades del sistema circulatorio, cánceres o incluso la muerte. De hecho, según el Ministerio de Sanidad, en el periodo de 2010 a 2017 se produjeron “por término medio 15.489 muertes atribuibles a alcohol anuales”.
Pero, ¿a qué llamamos un consumo excesivo de alcohol? Eduardo Cantón, estudiante de último año de Medicina explica que una UBE (Unidad de Bebida Estándar) se corresponde con 10 gramos de alcohol y se usa en la atención sanitaria para calcular “cuánto es el consumo de alcohol de una persona independientemente del tipo de bebida alcohólica que consuma”. Así, una caña se corresponde con 1 UBE, una copa de vino con 1 o 1,5 UBEs y un combinado con 2 UBEs. “El consumo de alcohol aconsejado es que sea menor de 14 UBEs en varones y menor de 8 en mujeres por semana” concluye Eduardo.