¿Lanzas piropos?: No queremos tu opinión

Nerea Eguiguren y Selene Serrano

Como cada 8 de marzo desde la multitudinaria huelga y movilización histórica de 2018 —y después de los dos años de parón por la pandemia— este miércoles mujeres de toda España vuelven a tomar las calles. Se manifiestan reclamando igualdad de derechos. Piden el fin de las violencias machistas, los asesinatos, las vejaciones y las agresiones; el fin de la cultura de la violación; quieren poner el consentimiento en el centro y exigen cambios culturales y medidas educativas y de protección. En esta ocasión, se reivindica un movimiento feminista heterogéneo e inclusivo con todos los tipos de mujer.

En este contexto —todavía de lucha por la igualdad efectiva y por el fin de una cultura hegemónica que mantiene aún reminiscencias patriarcales que empequeñecen e incomodan a las mujeres— queremos hablar sobre los piropos. Estos, ahora denominados como acoso callejero, han sido protagonistas en varias ocasiones de declaraciones de políticos y políticas y han estado en el centro del debate siendo considerados parte de la “cultura popular” por un lado, y agresiones machistas por otro. 

Si tomamos la definición que el Diccionario de la Lengua Española (DLE) recoge, cabe hablar de “palabra o expresión de admiración, halago o elogio que se dirige a una persona”. Que los piropos puedan lanzarse a hombres y mujeres indistintamente —según la RAE— no quiere decir que la realidad se corresponda. Los piropos se traducen en un fenómeno que sucede exclusivamente en una línea: de hombres a mujeres y, en muchas muchas ocasiones, de hombres a mujeres que no conocen.

Al menos, en este texto, vamos a referirnos a esas expresiones que muchas veces hemos oído por la calle, referidas a nosotras o nuestras compañeras y entonadas por hombres que nada tenían que ver con ellas. En mayo de 2022, Carla Toscano, diputada de Vox, lanzó unas declaraciones en el Congreso de los Diputados que abrieron una gran polémica en Twitter. 

La política afirmó “A mí me da pena no volver a oír ciertas cosas por la calle. ¿Recuerdan ese ‘dime cómo te llamas y te pido para Reyes’ o ese ‘eso es un cuerpo y no el de la Guardia Civil’? Es una pena que su odio a la belleza y al hombre nos hagan perdernos esas muestras de admiración e ingenio popular”. El comentario lo lanzaba haciendo referencia a la Ley Orgánica de Garantías de Libertad Sexual, la tan nombrada ley del solo sí es sí, que ese día era aprobada por el Pleno del Congreso y pasaba a una nueva fase de tramitación en el Senado. 

Una forma de acoso callejero

Los gritos proferidos a mujeres por la calle y lanzados por hombres desconocidos forman parte del acoso callejero y no debe cuestionarse nuestro derecho a aborrecerlos y no tener por qué escucharlos. Interpelar a una mujer por la calle, aludiendo a su físico, objetivándola, comentando qué te gustaría hacer con ella o preguntando si va acompañada es intimidatorio y genera miedo. 

Según un estudio publicado por el diario argentino La Nación, del 72,4% de mujeres que había admitido recibir este tipo de violencia verbal (ya sean silbidos, gritos o palabras de todo tipo), aproximadamente el 60% se sentían intimidadas. Sin embargo, ante estos datos, el mismo diario revelaba que solo el 6,6% de los hombres a los que encuestaron afirmó haberlos llevado a cabo. Además, aproximadamente el 60% de los hombres señaló que, según su criterio, a las mujeres les gustaban los mal llamados piropos.  

Para todos aquellos que argumentan que se trata simplemente de un halago —como afirma la RAE— tenemos una pregunta clara: ¿Por qué solo se lanzan estos comentarios cuando las mujeres vamos solas o en grupos únicamente femeninos? La presencia de otro hombre dentro de la ecuación cambia radicalmente el comportamiento del que lanza los ‘piropos’. Si solamente se pretende halagar la vestimenta de una mujer —porque va muy guapa, sin segundas intenciones— o su sonrisa, ¿por qué no se formula el comentario en presencia de otro hombre?

Aquí aparecen algunos conceptos nuevos, como el de posesión o propiedad. Un hombre no lanza un grito a una mujer acompañada de otro hombre porque sería meterse en el terreno de otro varón o porque considera que ya tiene novio o porque gritar algo le supondría, seguramente, meterse en un lío. Sin embargo, cuando la mujer va sola, no se cuestiona la incomodidad que el comentario le puede generar o el mismo desinterés en tener que escuchar comentarios de desconocidos sobre su cuerpo o su manera de caminar.

¿Por qué no sucede al revés? 

Si bien los piropos son una parte del “ingenio popular” y están —supuestamente— arraigados en la cultura española, se trata de un fenómeno que no sucede en la dirección opuesta. Los gritos a hombres, proferidos por mujeres, aludiendo a su físico, objetivándolos, comentando qué quisieras hacer con ellos o preguntando si van acompañados no se producen nunca.

Las mujeres —quizá porque vivimos a menudo esta situación, o quizá porque estamos educadas de otra forma— sabemos que no debemos entrometernos en el espacio personal de los demás para hacer comentarios incómodos y gratuitos, que nadie ha pedido. Sabemos que los derechos y las libertades que tenemos no nos avalan para invadir un espacio ajeno y opinar. Aunque tengamos opinión y sentimientos y deseos, que ¡claro que los tenemos!

Otro factor muy importante es el papel que ocupamos en el espacio público. El hombre ha sido históricamente el dueño y señor de la calle, un lugar donde la mujer no tenía ni voz, ni voto y, en muchas ocasiones, tampoco presencia. Nosotras hemos sido intrusas o invitadas en ese espacio donde el hombre decidía, hablaba y lanzaba piropos a diestro y siniestro. ¿Cómo atrevernos a hacer lo contrario? ¿Y cómo siquiera defendernos si estábamos en su espacio? 

Ahora, afortunadamente, la presencia de la mujer en el espacio público está en el centro del debate y convertir la calle en un lugar seguro y acogedor para con ellas pasa también por reconducir las conductas abusivas del pasado, acabar con la superioridad y el poder. 

Como no siempre ha sido así, y en muchos casos, seguimos sintiéndonos inseguras, preguntamos cuál es la postura de las mujeres a la vuelta a sus casas. En una encuesta realizada por En el Vértice, de las 57 mujeres consultadas, solo cuatro respondieron que no habían sentido miedo al volver a casa. Más del 50% de las mujeres consultadas afirmaron tomar medidas de precaución al salir de fiesta. Ante situaciones como estas, las mujeres reaccionan de maneras diversas, pero ese casi 60% que siente miedo cruza la calle, finge una llamada telefónica, no sale tarde de su casa, va con cuidado con la ropa que lleva… 

“Revisar que no me siga nadie al volver a casa”,  “no volver sola o evitar zonas sin gente”, “no llevar coleta”, “mirar al suelo por si veo sombras detrás”, “pasar ubicación en tiempo real” o “llevar las llaves en la mano” son algunas de las maneras con las que las mujeres se sienten más seguras al volver de fiesta, según las palabras de las consultadas. Nada de esto sonará nuevo para las mujeres que nos estén leyendo, lo cual deja claro que sigue faltando mucha lucha y seguimos necesitando pisar fuerte por las calles que también son nuestras. 

El acoso callejero es la punta del iceberg de una sociedad que marca cada uno de nuestros pasos. Que en esta cultura popular que es la nuestra estén arraigados con tanta profundidad los piropos, no es razón para que no intentemos cambiar lo que nos rodea o que, por lo menos, pensemos al respecto. Repensar lo que damos por sentado y escuchar a quienes se sienten ofendidas con nuestros comentarios es una forma de cambiar y construir una sociedad más justa e igualitaria, que al final, es lo que el feminismo reivindica.