Casi como si me adentrase en la Quinta del Sordo para dejarme abrumar por los oscuros frescos de las pinturas negras de Goya, en las que tantas otras veces me he refugiado, el teatro de Francisco Nieva me supo encontrar en el momento adecuado y desde entonces no me ha soltado.
Cuando me enteré de que su obra regresaba a escena por primera vez desde que falleció en 2016, supe al instante que ‘Coronada y el toro’ sería un acto de justicia, el punto y final a una larga sequía. Y también que podría dar pie al resurgir de su memoria, que en ciertas zonas rurales y mentes estrechas no encontró el espacio que merecía. Después de disfrutar de sus ocurrencias a través de este montaje, puedo decir con certeza que así ha sido.
Cualquiera podría pensar que quién mejor que él podría representar sobre las tablas sus textos y composiciones, y no andaríamos mal encaminados, porque incluso se empeñaba en dirigir sus representaciones. Nieva es uno de los dramaturgos más geniales que tiene la literatura española, pero también tenía una imaginación desbordante y aunque eso pueda ser una cualidad positiva, dificulta su sucesión si cualquier otra persona quiere intentar llevar su obra a escena.
Pero por suerte, sus textos llegaron a la vida de Rakel Camacho [aquí su Instagram], que con una gran maña e ingenio ha llevado a cabo un trabajo gigantesco para representar ese texto repleto de símbolos. Gracias a su tesón, nuestra era le ha hecho justicia y rendido homenaje al autor valdepeñero, uno de los más transgresores de su tiempo.
Pero por suerte, sus textos llegaron a la vida de Rakel Camacho«
Durante las casi cuatro semanas que ha estado en cartel de las Naves del Español, se han celebrado sobre las tablas las fiestas de Farolillo de San Blas, un pueblo de buena cepa del que un hombre llamado Zebedeo (Chani Martín) es alcalde perpetuo. Un día, su hermana Coronada (Nerea Moreno) se rebela contra la opresión que sufre el pueblo y el levantamiento dará lugar a otros sucesos que acaban desembocando en el delirio más absoluto.
Perteneciente a la categoría del dramaturgo conocida como Teatro furioso, ‘Coronada y el toro’ evoca a una época concreta de nuestra historia, a una España en conserva. Durante ese tardofranquismo había cierta ilusión, pero aún no se había marchado la siniestra sombra del régimen, y los que podían encontraban un lugar seguro en la valiente cultura y, por supuesto, en el teatro.
Por eso, quise trasladarme hasta ese lugar y ese momento, dejándome atrapar por la obra y sus personajes, que incluso me lograron convencer de bailar en su esperpéntica verbena, haciéndome sentir parte de su jolgorio y de un espectáculo onírico y fantástico que emanaba libertad por todas partes.
De la representación de ‘Coronada y el toro’ se pueden destacar varias cosas: la fascinante y arriesgada puesta en escena, el diseño del espacio escénico (a cargo de José Luis Raymond), la composición de la música original (firmada por Pablo Peña con la colaboración de Chani Martín “El Zurdo”), la iluminación o incluso el colorido vestuario (que llevaron a cabo Baltasar Patiño e Ikerne Giménez, respectivamente).
Pero una de las labores más meritorias fue la del fantástico reparto, capaz de domar el exceso y la complejidad tan propias de los personajes de Nieva. Y, entre ellos, cabe mencionar en especial la labor de Jorge Kent y la de Nerea Moreno, dos piezas clave en una exaltación de lo onírico como lo es ‘Coronada y el toro’.
El primero de ellos, encarnando al sorprendente Hombre-monja, una versión primigenia pero muy actual de una drag queen; y la segunda como la gran protagonista Coronada, una mujer desdeñada y apartada que deslumbra cada vez que pisa el escenario.
Tampoco se quedaron atrás los fantásticos Chani Martín como el autoritario alcalde Zebedeo, Eva Caballero como la Gitana Mairena, Pedro Ángel Roca en el papel del preso torero Maraúña ni Juanfra Juárez, que interpretaba al párroco Don Cerezo. Ni la pareja formada por Lorena Benito y Sanna Toivanen, que encarnaban a las inspiradoras La Melga y La Dalga; o Antonio Sansano y Germán Vigara, como el dúo de guardias civiles al servicio del alcalde. Y no puede faltar nombrar al cantaor Álvaro Romero, que cerraba el elenco aportando la guinda flamenca a la representación.
Con un equipo tan talentoso nos resultó mucho más sencillo a los asistentes de aquella verbena sucumbir a la fantasía, dejándonos embriagar por los estímulos del color, el sonido e incluso el olor a chocolate. Todos ellos justifican que hayamos tenido que esperar tanto para recuperar la presencia de Nieva en escena.
‘Coronada y el toro’ deja que duerma a la razón para que aparezcan los monstruos, rindiéndose ante una España atemporal y que todos llevamos por dentro, a veces como castigo o como culpa, y otras en forma de recuerdos entrañables.
‘Coronada y el toro’ deja que duerma a la razón para que aparezcan los monstruos»
Y a la vez cumple con la manera en la que el propio Nieva definió al teatro como “vida alucinada e intensa” y como “el otro mundo, la otra vida” o “el más allá de nuestra conciencia”. Creo que pocos mejor que él podrían haber descrito mejor la sensación que me inundó al disfrutar de ‘Coronada y el toro’, que me invitó a volver al teatro y a darme cuenta de que “la vida puede muchas veces demostrar con infinito humor que todas las lógicas son absurdas”.